Santa Cena

Autor: Rafael Ángel Marañón

   

 

               Una de las cosas que dijo Juan Calvino en su libro estrella La Institución Cristiana, decía más o menos: Si vas a la iglesia a estar con los otros hermanos, tienes que tomar las siguientes decisiones: Si vas, come; Si no comes, no vayas. Y a mí eso me parece bien y lo creo un acierto, junto a otras cosas ya no tan acertadas. Pero la frase es suya, con más o menos exactitud que ahora no voy a comprobar.

 

Y es que a mí me extraña que en las iglesias, los creyentes que acuden, no coman junto con los que sí lo hacen.  Posiblemente crean que como no son lo suficientemente puros, no son merecedores de comer el pan de la comunión. Pero es que nadie (y digo nadie), está en estado tan puro por sí mismo, como para merecer tomar el pan de la reconciliación y el vino de la concordia. Solo con una noción muy sólida de lo que significa la santa comida, es como podemos ir a comer, porque confiamos en la misericordia de Dios y en la sangre de Jesucristo, más que en nuestras obras o méritos que son risibles ante el resplandor de la luz divina.

 

Esto es muy importante, en referencia a la realidad de la Iglesia, (que iglesia somos todos los que nos reunimos en el nombre de Jesús) y celebramos la continua Pascua que se hace por nosotros. Me encanta cuando se dice: ten misericordia de TODOS NOSOTROS, porque es una bendita imprecación de los que, sabiéndose pecaminosos, van a alimentarse con el maná de la vida, que es alimento común de Dios, y no delectación de solo unos pocos elegidos por su limpieza y mérito. Solo una confesión sincera ¡y a comer!

 

Se sabe que en todos los lugares y en todas las épocas, ha habido muchas dudas sobre lo que significa el acto de reunirse como Iglesia de Dios. Pero se nos ofrece de balde y es engañarse si se esquiva la alegría de participar diariamente en el banquete Eucarístico. Invocamos el nombre de Cristo, para que en nuestra unión con Él podamos darnos la paz entre nosotros que es la paz de Dios: Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. (Colosenses 3:15)

 

 Me dicen muchos, que en realidad ellos no están seguros de que la misa o culto, o reunión tenga la eficacia que se dice y que ellos no pueden ir a compartir en estado de duda. La duda por cierto es legítima, y sobre todo concierne a nuestra razón y a nuestra disposición. No es duda cuando sabiendo lo eficaz que es el Evangelio para nuestra paz y progreso personal, nos incorporamos al acto común poniendo todo ante los pies de Dios y asegurándonos de nuestra buena fe, al hacerlo con dignidad.

 

Lo que también ocurre, es que se oponen a esa firme decisión otras cosas que nos andan por nuestra mente, y nuestro apetito carnal que nos hace despegarnos del pan de vida, como Adán al comer el fruto que no le correspondía se escondió y se separó de la comunión con Dios y Él tuvo que decirle: ¿Dónde estás tú? (Génesis 3:9) Y tal es la situación que hemos mencionado. Cuando hemos hecho o estamos haciendo lo que no es la voluntad de Dios, no nos atrevemos a tomar el pan porque estamos separados por nuestra sola iniciativa del amor de Dios. Es decir, lo hemos apartado de nosotros, cuando estamos en comunión con el mundo y sus perversas costumbres. De ahí el miedo a acercarse a la comida eucarística, que no es ni más ni menos que esconderse sintiéndose desnudo como Adán en su desobediencia.

 

Esto hermanos no debe ser así. Es cierto que damos gracias a Dios por muchas cosas, pero la existencia de un lugar de culto, un templo a nuestro alcance sin limitación, nos parece que es algo insignificante y que está allí como por arte de mago taumaturgo,  cuando es un lugar especial que Dios ha preparado para que allí demos vigor a nuestro espíritu, cuerpo y alma, y nos limpiemos de todo pecado.

 

Jesús dijo: No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento. (Lucas 5:32) ¿No eres enfermo espiritual? ¿No eres pecador? Entonces Cristo no ha venido para ti. Él solo trata con los pobres, con los enfermos de alma y espíritu, en suma, con los pecadores para llevarles al arrepentimiento y a la paz y salvación eternas. Para eso vino al mundo, para padecer por ti y para resucitar por ti. No lo menosprecies.