De la dicha del perdón

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres.

     Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.

     No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.

    Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer;

si tuviere sed, dale de beber;

pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza.

     No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.

(Romanos 12:17 y ss.)

 

No hay una sola vez en la que leyendo el salmo 51, el creyente advertido y conocedor de la inmensa misericordia de Dios, no quede suspenso y arrobado por la confianza que el rey David puso en su clamor a Dios, después que pecó con Betsabé y mandó matar a Urías.

El conocía bien la magnitud de su crimen, pero a pesar de ello se atreve a decir Por que yo reconozco mis rebeliones y mi pecado está siempre delante de mí. Una confesión total, sin paliativos ni intentos de justificación; solo reconocer: y he hecho lo malo delante de tus ojos. 

¿Cómo se atrevía David a confesar de aquella manera tan entregada, (por cierto muy digna de imitar por todos nosotros)? Es simple; porque confiaba en la bondad y la misericordia de Dios sin ninguna duda. Purifícame con tu aspersión y seré puro. Lávame y seré más blanco que la nieve.

David sabiendo que Dios quiere corazones rendidos ante su misericordia y a esta gracia se entrega a ellas sin empacho y sin reservas. Sabe que la gracia del Señor será derramada sobre él y, una vez conocido que sus pecados han sido cubiertos por el único que puede quitarlos, puede decir: Contra ti, contra ti solo he pecado. El crimen cometido contra Urías, arrebatándole a su mujer y haciéndole matar a él, era pecado contra Dios. Perpetrado conscientemente ante el Señor, y no solo contra Urías.

Ahora ya, en la restauración a la rectitud y limpieza primera, pide algo más: Crea en mí ¡oh Dios! un corazón puro y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti.

Muchas veces y de muchas maneras ofendemos de palabra, obra o intención. Unas veces sin advertir, y otras muchas sabiendo bien lo que hacemos. No podemos esperar que el prójimo (que es un ser humano como todos) no lo pueda hacer también contra nosotros. Dice la Escritura: Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete, (Mateo 18)

Jesús mismo, aun clavado en la cruz, oró al padre por los mismos que le crucificaban, y hasta aportó argumento para ello: por que no saben lo que hacen. El manso cordero de Dios nos da ejemplo constante de lo que significa el perdón, que es el argumento central de su vida y muerte. El vino a perdonar y ser el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. (Juan 1:29)

Dice así la Escritura: Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. (1ª Timoteo 2:3 y ss.) Es deseo ferviente de Dios que la humanidad sufriente y sujeta a la corrupción de los deseos engañosos, de las atrevidas aventuras de nuestra alma y nuestra imaginación, sea tutelada hasta que (con toda la creación) llegue a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. (Romanos 8:21)

El camino está claramente bien  trazado: Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas. (Mateo 7:12)

¿Queremos perdón por nuestras injurias y pecados? Perdonemos siempre y dejemos al Señor el oficio de vengarse, que pagará adecuadamente; que la ira y la hostilidad mueran en nuestros corazones por que son las características del enemigo de Dios.

Seamos imitadores de Dios y no del enemigo, el diablo. Consumase él en sus rencores, y andemos nosotros en la gozosa sensación de que, tal como nosotros perdonamos de corazón las faltas que se cometen contra nosotros, así también las faltas que nosotros cometemos contra otros, son perdonadas por el Señor.

Tal como decía Jesús: El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama. Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada.

A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero. (Mateo 12:31)

Seamos pues como Cristo fue. En todo a lo que nuestras fuerzas alcancen, porque el Espíritu no nos desamparará aun en las peores circunstancias. Si renegamos de ese espíritu, ya nos situamos a nosotros mismos fuera de la orbita de Dios con soberbia; con la soberbia de Satanás. Jesús se expresó con meridiana claridad sobre esto. Ni hermenéuticas, ni casuísticas, etc. moverán una sola palabra de Dios.

Si nosotros con ser malos (miremos nuestro corazón) somos continuamente perdonados por la gracia de nuestro Señor, de grandes o pequeños pecados ¿Cómo no hemos de ser nosotros perdonadores y humildes?

Cristo, siendo Señor de todo, se humilló y soportó toda clase de injurias, mentiras, y suplicios físicos, perdonando a sus ofensores ¿somos nosotros mejores que Él, que no podemos soportar la menor contradicción de otros, que tal vez hasta sean más dignos de comprensión que nosotros?

El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano (Juan 3:35)  Cristo, el hijo, tenía y tiene toda facultad; perdonó y perdona siempre, ¿Cómo somos nosotros tan insensatos que no perdonamos, no solo a nuestros ofensores, sino a veces ni a nosotros mismos en nuestras propias faltas?

¿Somos tan insensatos que clamando a Dios, y siendo por ello ampliamente perdonados, y siendo también total y absolutamente borrados nuestras faltas, aun seguimos insistiendo en condenarnos a nosotros mismos? Si Dios ha perdonado perdonémonos también nosotros. No afrentemos su bondad con nuestras dudas.

A imitación de Jesús, mostremos nosotros entrañas de misericordia para con todos, (incluidos nosotros mismos) pensando que el que pecó contra nosotros se constituye en enemigo de Dios. Nosotros quedamos libres de juicios, por que eso ya es oficio y cosa de Dios. Descansemos en Él y sigamos los pasos de Jesús. Siempre acertaremos.  El Señor tiene siempre la buena solución. Ni la mejor ni la peor. La buena.