Descuidar la oración (2)

Autor: Rafael Ángel Marañón

   

 

               Hay algo que nos cuesta reconocer y es el poco tiempo que dedicamos a la oración, llenos de ocupaciones y preocupaciones. Si nadie nos hubiera dicho nada sobre esta materia pudiéramos decir que la oración llegará o no al Señor, pero si Él nos ha prometido que escuchará somos locos si destinamos nuestro tiempo a tantas naderías de las que, al dejarlas, ya nos cuesta mucho volver a concentrarnos en una conversación con nuestro Dios que nos oye gustoso a cualquier hora que le invoquemos.

 

¿Sabemos que Dios disfruta mucho con la oración de sus hijos? Creo que no nos damos cuenta del negocio en el que estamos metidos, aunque no sumergidos de cabeza. Creo (es mi percepción) que muchos de nosotros no creemos realmente en que Dios nos escucha. ¿Qué padre no quiere oír continuamente a sus hijos? Mi esposa cuando habla con nuestro hijo por teléfono, tan pronto cuelga ya quisiera oírlo otra vez. Y ¿no es Dios infinitamente más amante que cualquiera de nosotros? ¿Por qué esperamos tanto y nos diluimos y dispersamos en tareas y entretenimientos, cuando ese tiempo podemos usarlo en darle la lata a nuestro amado Señor? ¡Si a Él le encanta!

 

Creyentes; ¡que descuidados somos! ¿No queremos agradar a Dios? ¿No queremos estar a su vera, para gozarnos del inefable gozo de andar en conversación con Él nada menos? Y sin embargo solo lo sacamos del baúl a donde le hemos confinado, para pedirle la mayoría de las veces gollerías y cosas perjudiciales que normalmente Él, que sabe nuestras necesidades nos concederá lo que esté en su designio eterno.

 

La causa más importante de nuestra vida espiritual tan floja y descuidada, y en casos tan parecida a la de los incrédulos, es porque no llevamos todo a Dios en oración continua y grata. A veces entro en un lugar espiritual y solo digo: bueno, Señor, aquí me tienes. Y aunque no haga nada que el pensamiento o la voluntad me dicte, me basta con estar relajado y feliz en actitud orante.

 

Otras veces, y esto mirémoslo todos porque a todos nos pasa de una forma u otra, lo que nos ocurre es que queremos hacer, ir o ver, algo que nos agita la conciencia y que al estar entre una y otra posición, no nos deja entrar en la comunión con el Señor porque sabemos que conoce nuestras motivaciones mejor que nosotros mismos.. En ese estado de duda porque nos parece que no debemos hacer aquello, aunque a todos parezca de lo más corriente… ¿Quién se presenta ante el Señor en oración y conversación sin reservas, y además desear hacer aquello por lo que la conciencia nos inquieta?

 

Mientras no renunciemos a nuestra volición y deseo, no hay diálogo que valga. Nos avergonzamos de presentarnos así, con lo que nuestra anterior suave conversación con Dios se trunca. De nada valen nuestros subterfugios con los que queremos tranquilizar nuestra inquieta conciencia ¡no hay modo de conectar porque nosotros mismos tememos! Y nos apartamos como en el pecado del Edén.

 

                 Cuando cometemos un pecado (y además nos ha salido mal como siempre), vamos de inmediato a Dios todo compungidos, y lo reconocemos de plano delante de Él. Nos sentimos restaurados, y salimos alegres de la presencia del Padre Eterno. En el caso que vengo contemplando nunca acaba uno por estar en plenitud, sino cuando de una vez dejamos de mirar a la cosa que nos agita y ponemos la mirada donde debemos. Y así dice la Escritura Santa: Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. (Colosenses 3:1 al 4).

AMDG