La potestad de juzgar

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; absolved y seréis absueltos.

     ¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?

     ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano.

(Lucas 6: 37 y ss.)

Es por demás extraño y un tanto insólito que tengamos todos los hombres tanta tendencia a juzgar a los demás. Si Dios fuera tan precipitado, como somos los hombres ejerciendo el oficio de juzgar, (cosa para lo que no hemos sido constituidos por nadie) todos estaríamos condenados.

El que es espiritual juzga todas las cosas, ya que tiene es Espíritu de Dios y discierne lo que está bien o mal, conforme al baremo del espíritu. Pero solo juzga las cosas y no a las personas, porque nadie conoce el corazón humano que es más profundo que cualquier arcano. La persona solo es juzgada por Dios, en su debido momento y lugar.

Bendito sea nuestro gran Dios y Salvador que tiene tanta paciencia con nosotros. (poco imitada por cierto) y deja el acto de juzgar a su momento y ocasión, que es el Gran Juicio Final.

Ciertamente Él quiere que todos nos salvemos, y otorga una y otra oportunidad a todos, hasta que los más rebeldes a su llamada y su misericordia, blasfeman contra el Espíritu Santo y ya son dejados de su mano.

Estos son los del que habla el apóstol Judas cuando dice: Pero éstos blasfeman de cuantas cosas no conocen; y en las que por naturaleza conocen, se corrompen como animales irracionales.

    Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas.

    De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él. (Judas 10 y ss).

Es pues asunto de Dios hacer juicio, por lo que nosotros solo hemos de aborrecer la obra mala, y dejar los hechos y las personas en manos del que tiene todos los resortes de la justicia y la inteligencia.

El sabe y conoce el corazón de cada hombre: Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Yahvé, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras. (Jeremías 17:9).

No debemos por tanto entrar en conflictos y en corazones de otros porque no somos competentes para ello. Es una vanidad y locura frecuentísima en todos. Dice el apóstol Pablo en otro lugar: ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme. (Romanos 14:4) 

Todos quieren tener opinión sobre los asuntos ajenos, y como tengan su ojo y su corazón entenebrecidos, piensan que aquel al que juzgan hace las obras con el mismo objeto o intención que ellos mismos hacen las suyas. Como ellos piensan con ojo malo, eso mismo le atribuyen a cualquier obra del prójimo.

El de negro corazón solo ve en oscuro toda obra del otro, porque pasa este  hecho ajeno por el cedazo de su propia intención. Por eso Dios se reserva el oficio de juzgar a los hombres, pues Él solo conoce nuestras conciencias y nuestras flaquezas comunes.

Nosotros juzguemos los hechos que consideremos malos, con la sola intención de que nos sirvan para no caer nosotros en los mismos o parecidos, y usemos de misericordia por si alguna vez nuestras debilidades nos meten por descuido, o por cualquier otra causa, en esos mismos pecados.

El que usa de la mentira o de otras artimañas del error piensa que todos son como él y así juzga. En sus artimañas y maldades piensa que todos los demás son como ellos y toda obra la juzgan por sus  propios y corrompidos  baremos de conducta. Y como es malo, las buenas obras de los demás atribuye a mal fin, por odio o por su propia maldad.

El cristiano como mira todo con ojo bueno por imitar los sentimientos sublimes de Jesús, nunca juzga con precipitación ni prejuicio, sino que aborreciendo toda obra mala, deja a la sabiduría de Dios el juicio y retribución de todo cuanto acontece.