Padres irresponsables

Autor: Rafael Ángel Marañón

   

 

En medio de esta ola de descristianización que nos asola y que lentamente va haciendo mella, sobre todo en los jóvenes, proclives por naturaleza a descubrir cuanto antes los misterios del sexo y la libertad sin límites y sin responsabilidad, resurgen hoy día más vivas que antes las rencillas y las discrepancias entre confesiones que añaden un plus no despreciable de confusión, a la enorme confusión que se ha implantado a golpe de iniciativas gubernamentales y de viejos odios entre españoles. 

Sin dejar de constatar este hecho en todo el mundo, es en España donde la mezcla de las secuelas anímicas de la guerra civil con las posibilidades que ofrecen las técnicas modernas con aparatos sorprendentes por sus prestaciones, donde observo más de cerca este letal fenómeno. Los jóvenes aman estos aparatos, y los manejan bien y son para ellos una fuente de información (buena o mala), de unas amplias temáticas que van de la consulta escolar a la pornografía más vil. 

Sin duda alguna y sin repartir juicios ni culpas, la raíz de todos estos males en la indiferencia de los padres, empeñados en tener más y más cosas y en no quedar por debajo de su vecino en lo que respecta a chirimbolos de todas clases y de posición social, más manifiesta en la consecución y exhibición de cosas que de una verdadera valía humana. No es nueva la frase que oí hace más de cincuenta años de uno de mis  representantes,  hombre próspero y prácticamente lo que se llama «un nuevo rico»: yo llevo mis hijos al colegio y allí que me los eduquen; bastante tengo yo con trabajar para proporcionarles todo lo que necesiten.  

Lo que necesitaban no era del todo lo que él les proporcionaba. No les prodigó nunca respeto, ni religión, ni siquiera ideología. Ni se ocupó de sus problemas ni de la situación de la esposa a la que obligó a fumar para estar a la altura de las amigas y amigos que frecuentemente se reunían para fiestas en las que el cambio de parejas se hacía (solo en bailar), según en alguna de mis visitas puede comprobar invitado por mi representante y clientes. La verdad es que una persona pensando como yo, no tenía más remedio que sentirse incómodo. 

Aquí me acordaba siempre de la frase de Machado siempre tan oportuno para aplicar a tantas situaciones parecidas:  

¿Donde está la utilidad

De vuestras utilidades?

Volvamos a la verdad;

Vanidad de vanidades. 

Y no es que yo fuera censor ni le dirigiera reproches, sino solamente mostrarle que por dignidad tal vez mal entendida, aquellos saraos con disfraces que adquirían en Madrid a donde se desplazaban unos destacados para elegirlos y pagarlos entre todos, no me parecía de lo más adecuado cuando sus hijos estaban al cuidado de un «canguro». Disfraces que una vez usados no era elegante volver a usar. 

No quiero que parezca que quiero dedicar este escrito a afear la conducta de mi amigo, que aparte de sus cosas era extraordinario profesional y hombre por lo demás agradable. Simplemente esta clase de padre al socaire de una situación de crecimiento, y de incorporación de costumbres y usos extraños, dejó a un lado la educación hogareña de sus hijos y se dedicó a la vanidad costosa económicamente, y moralmente reprobable, pues hasta incluso llevó a su buena esposa a darse a beber wisky para entonar con sus amistades. 

Jamás se le ocurrió darles una idea aun muy floja, de lo que significaba la piedad y la espiritualidad, como medio para dar a sus personitas un rango distintivo de dignidad y de verdadera categoría personal y cultural. Los dejó al garete de la vida social y superficial, y eso tiene ahora. No terminaron sus estudios y de unos jóvenes puestos en el honor y la verdad han devenido en la farsa de la vida y en una moral de oportunidad como tantos millones de niños y jóvenes que ahora llevan las riendas del Estado y los negocios, universidades y que son referentes en la cultura de los que llegan nuevos al palenque de la vida. 

Ya muy pocas personas se atreven, contra la corriente social de pensamiento, en mostrar algunos valores, virtudes humanas (ya ni siquiera religiosas), y el cristiano se mueve entre una sociedad pagana que cuanto más científica aparece (yo diría técnica), más despojada de valores se encuentra. Babel ya es una presencia onerosa en esta «civilización» y ya no tardará en pasar factura como la que se está pagando por causa de la deriva que anteriormente he tratado de explicar.  

¡Fuera Dios de nuestras vidas! Ese es el clamor de las gentes. Y Dios se retira de donde no lo aman, y así el hombre sujeto a su conveniencia inmediata (según cree) y a sus pasiones, deviene en esclavo de una especie de Matrix que le ciega, para que no se salve y vea otros horizontes que son los espirituales, y para lo que fue hecho distinto de los animales.

AMDG