Iconoclastas políticos

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

Sabemos lo difícil que es ser un crak del toreo, del fútbol, etc. Es algo que se da entre millones de individuos. Si bien es verdad que muchos son los que por solo afición y de manera informal hacen estas cosas, lo cierto que es pocos son los que se destacan hasta el punto de ser figuras. Y es que ser figura es algo tan especial que se requiere unas facultades y un entrenamiento, amén de unas carencias o por mejor decirlo de una disciplina, que a los deportistas por ejemplo no les permite comer desaforadamente, y menos aun beber bebidas alcohólicas con el fin de estar en perfecta forma para hacer vales sus cualidades que tan bien se pagan.

 

Un aficionado a un deporte vería con escándalo y así mismo lo denunciaría si viera a uno de sus adorados ídolos hacer un abuso y comportarse de forma desconsiderada con la gente o lo encontrara en fiestas a deshora y asuntos de evasión prohibidos por el entrenador. No es lo mismo saber las reglas del comportamiento que saber cumplirlas. No es lo mismo saber jugar al fútbol, que ser un jugador que gana millones y que es un ídolo ante sus hinchas. Y todo esto para practicar un deporte que ven cien mil personas en un estadio y tal vez unos millones en la televisión o los oyen en la radio.

 

No así en la política donde vemos a personas que no son capaces de ser auxiliares administrativos, y que sin embargo están a cargo de una responsabilidad muy alejada de sus capacidades y que tiene como sujeto pasivo de sus decisiones a millones de sus nacionales. Como quiera que el pueblo les elige, ya quedan exonerados de otra responsabilidad que la que quieran adjudicarle sus parciales, que solo quieren sacar adelante sus frustraciones o sus fobias por no decir más.

 

Esto hace que la gobernación de las naciones, sobre todo las que no disfrutan de una democracia consolidada y natural, sea un eterno ir al vacío y ser contenedoras de las mas groseras corrupciones que se puedan imaginar, con la anuencia o la justificación de sus parciales que aportan el supremo argumento de: ¡más roban los otros! Precioso argumento, que para ellos es el cierre de toda crítica y de toda acción, por los mismos que tendrían que tener interés de que su formación esté libre de sospechas, y sea crisol de virtudes democráticas.

 

Un pueblo instruido, que acata las leyes que se han de hacer a su conocimiento, consulta, y voluntad, con claridad, sin mentiras ni demagogias que serían captadas por gentes cultas y preparadas de un pueblo adulto, que condenaría al fracaso a cualquiera que usara de estas estrategias.

 

En el gobierno español hay confusión, porque de una economía boyante se ha pasado a un peligro cierto de recesión, con comercios cerrados, vacíos, y la penosa realidad de la calle con el aumento tremendo de la delincuencia, y otros espectáculos como el de ver como muchos indigentes duermen en la calle a temperaturas bajo cero.

 

En la España en la que se veía a las familias en una venta o restaurante al aire libre, levantar de la mesa dejando medias  botellas de vinos estupendos, cerveza, y en fin, toda clase de alimentos y licores especiales a medio consumir, y platos con alimentos que harían las delicias de millones de personas, hemos desembocado en el latrocinio continuado, grandes comercios saqueados por los inmorales, y en la actitud temerosa y reservada de los comerciantes y el resto de las gentes con respecto a los que se acercan.

 

No hay cosa penosa como que andes por una acera, y veas los establecimientos antes prósperos cerrados y con el clásico cartel de «se vende o se alquila», y los otros vacíos, y en muchas ocasiones con los dueños en la puerta fumando nerviosamente el enésimo cigarrillo. Pensativos y preocupados, porque de tener que abandonar su comercio, saben que quedan a la intemperie sin ayuda, como si se dejara a alguien en el desierto sin comida y sin agua. Y las familias angustiadas y expectantes cada día, a ver si cuando regresa a casa les dice algo estimulante o por lo menos no tan desastroso.

 

No es de recibo que cuando se pongan de manifiesto estas cosas, por otra parte evidentes para todos y sobre todo para los que padecen semejante penuria, que se diga que aquel que denuncie estas situaciones es antipatriota, como si los que lo hacen no les llorara el corazón de ver como va quedando España. Estoy seguro de que Dios va a poner su mano, para que se demuestre que la arrogancia y la desunión, el abandono de Dios tiene sus facturas que al final pasa inexorablemente.

 

Ahora parece de una enorme importancia, pese a la situación dramática por la que pasamos, el derribar una cruz que los vecinos del pueblo defienden apasionadamente. ¿Es eso algo tan principal e importante que hay derribarlo? ¿Tanto estorba a su casta mirada «democrática», que todo el pueblo repruebe y esté dispuesto a ponerse frente a los que vayan a derribarlo, y dejarse atropellar, pero no dejar que les arrebaten algo tan entrañable como su cruz y su lugar para ellos sagrado.

 

AMDG