A la greña

Autor: Rafael Ángel Marañón   

 

                                                                                                 Si oyeres que se dice de alguna de tus ciudades

que Jehová tu Dios te da para vivir en ellas,

que han salido de en medio de ti hombres impíos

que han instigado a los moradores de su ciudad, diciendo:

Vamos y sirvamos a dioses ajenos, que vosotros no conocisteis;

inquirirás, y buscarás y preguntarás con diligencia; y si pareciere verdad, cosa cierta, que tal abominación se hizo en medio de ti, (Deuteronomio13:13, 14)

 

Si señor; somos demasiado inquiridores de la conducta ajena. En la libertad concedida por Dios a los humanos, podemos andar delante de Dios sin extremar las condiciones en que otros han de vivir. Desde el Evangelio, anunciante vivo de la libertad para todo ser, las cosas han cambiado porque ya no solo se dirige solo a los judíos sino también a los gentiles

 

Dios no quiere ser anunciado por medio de la fuerza. Ningún padre quiere que sus hijos lo sean forzados por cualquier fuerza que no sea el amor. Sería decepcionante para Él, y Dios quiere hijos que le amen como Él nos ama, y hace salir el sol y caer la lluvia sobre buenos y malos. En la creencia de los reyes antiguos de que estaban puestos por Dios y así lo proclamaban las monedas y la bendición de la Iglesia, estos monarcas se dieron a la persecución de los heterodoxos, y así creían que cumplían un mandamiento que quedó abolido con la llegada del Cristo y la promulgación de su Evangelio de la paz y la libertad.

 

Ya en el antiguo testamento se dan los casos de los profetas cuando fustigaban los pecados de lo israelitas que copiaban a los paganos que ofrecían a sus hijos al dios Baal Moloch, quemándolos en la candente bandeja que se sostenía en manos del ídolo. Daniel es un ejemplo de la actitud que debe tomarse ante los extravíos de los demás.

 

El rey Nabucodonosor tuvo un sueño y sus magos y adivinos no daban con la interpretación que el rey les pedía. Este, furioso, mandó matar a todos los sabios y caldeos de su nación de forma expeditiva. Enterado Daniel de aquello, se ofreció a dar la interpretación. Los sabios le pedían al rey que les contase el sueño y que ellos le darían la interpretación, pero el rey entendió que ellos querían saber el sueño para dar la interpretación vaga y a largo plazo, para que el rey no supiera si era verdadera o no la interpretación del sueño.

 

Lo importante aquí, es que Daniel interpretó bien, pero dijo al rey que no matase a ninguno de los fracasados caldeos. Ese es el núcleo  de lo que quiero destacar. Daniel hubiera podido dejar que matasen a los fallidos interpretes, al considerarles competidores suyos, y desviados de la verdad. No lo hizo, y por el contrario los salvó a todos. Esta mediación misericordiosa y recta no fue correspondida, porque más adelante, por envidia, los que fueron salvados de la muerte por Daniel fueron los que instigaron al rey contra él.

 

Quiero destacar esta actitud del manso Daniel, para contrarrestarla con la de muchos de nosotros, que andamos a gresca con todos los que no se identifican con nuestro pensamiento, sean cristianos o no. Somos agresivos, pendencieros, y albergamos malos sentimientos contra todo discrepante, cosa que Jesús nunca hizo ni entró en su corazón. Él comprendió a todos, y a todos proveyó de su grande amor. Hasta reconoció la autoridad de los fariseos y sacerdotes de su tiempo, aunque afeara y fustigara constantemente la conducta hipócrita de ellos de ellos.

 

Esa actitud que tanto se afea de la Iglesia medieval, y de los reyes celosos de su religión y de sus reinos ante la presión de los enemigos, es la que ahora se ejerce sin misericordia unos contra otros, siendo un desastroso ejemplo para los de afuera. La Iglesia cristiana, no es campamento militar de guerreros contra todo lo que se le oponga. Ella predica la unión, la misericordia para con los extraviados, aunque como es justo y debido, mantenga su doctrina continuamente y a toda costa.

 

Somos muy proclives a la condenación y a la exclusión de los que conciben las cosas de otro modo. Todos nosotros practicamos o hemos practicado ese aborrecible vicio. El que crea no se apresure dice la Escritura. Ha sido salvado por la gracia de Dios, como todos, y no debe detestar a los demás porque no hayan conseguido aun ese don.

 

San Agustín (Agustín de Hipona, para otros) era realmente un extraviado en su juventud, como Pablo de Tarso (San Pablo para otros). Si les hubiesen echado del seno de la Iglesia, se hubiera perdido el manantial de doctrina que dispensaron y nos entregaron. Recibidos, fueron los más eficientes y fervorosos paladines y sanos intérpretes del pensamiento de Jesús, el Maestro. Y esa es  o debe ser nuestra actitud. Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones. (Romanos 14:1)

 

No juzguemos a nadie por su forma de pensar. Si está en lo  cierto nosotros estamos descalificados. Si se equivoca como suele suceder, demos gracias a Dios por su bondad en mantenernos libres del error, sin caer en otro peor que es el de perseguir o despreciar al que no adora a Dios como nosotros lo hacemos.

AMDG