El alcalde y sus razones

Autor: Rafael Ángel Marañón   

 

Me envía un amigo un video, en el que el alcalde de Baena, una bonita ciudad andaluza y española, se niega rotundamente y con claridad, a respaldar una propuesta de quitar el crucifijo que luce en la mesa donde se celebran las deliberaciones del consistorio municipal. El hombre tiene sus convicciones, y en eso de su religión el hombre no transige. Es socialista, pero en su mesa el crucifijo permanecerá mientras él sea alcalde. Eso dijo él. 

No aduce motivos personales, aunque los proponentes saben cual es su adscripción religiosa y sus costumbres, por su notoriedad social. Él solo expone que la inmensa mayoría de los baenenses (su gentilicio) son católicos, van a misa, bautizan a sus niños, y entierran a sus familiares fallecidos con la presencia de un sacerdote, y con la misa pertinente a la que todos sus familiares y amigos acuden.   

Tratar de eliminar las costumbres y las creencias de un pueblo como el español, que fue capaz de expulsar a los invasores musulmanes y extender la vocación cristiana hasta los mismos confines de la tierra, con sus luces y sus sombras, es algo que no se entiende de un gobierno, que está precisamente puesto por esos mismos ciudadanos para que defienda sus intereses, en los cuales va implícita o explícitamente su moral y su religión. 

La iglesia solo les ha dado a los baenenses respaldo y solidaridad, y ellos mismos se consideran (por que lo son) iglesia, por cristianos y por que el pueblo así lo quiere. Se puede aducir que hay quien no lo desea, pero son una minoritaria minoría que además, cuando es por ejemplo semana Santa en Baena, salen a la calle con un casco original en la cabeza y un tambor que van tocando solos por el pueblo, en señal de duelo por la memoria de la muerte de Jesús. Es algo curioso y único, que yo sepa. 

Se puede aducir también que esa clase de religiosidad pueda ser, más o menos lo que  Jesús quiere que se le haga, pero no obstante no creo que Él se pueda sentir mal, cuando ve con la fe que salen a la calle en medio del pueblo, caminando y tocando el tambor. Y no se avergüenzan por ello. Por el contrario, el hacerlo consigue la aprobación del pueblo. De manera que intentar quitar los crucifijos de donde están, desde hace quizás siglos, no es la postura más adecuada de los munícipes, ni de todo el que tiene un cargo propiciado por los ciudadanos para que defienda sus intereses y voluntad. 

No cabe aquí, a mi juicio, traer a colación o discusión lo defectuosa o inapropiada que pueda ser esa tradición y creencia, pero lo que sí es cierto es que es su creencia y que por lo tanto debe ser por lo menos respetada. Esta clase de intentos son los que traen la polarización extrema, y no es precisamente la clase de posturas las que mantienen la paz y la tan cacareada tolerancia. 

Me decía un amigo que no comulgaba con mi opinión, que era un lugar público. Yo aduje, creo que con razón, que si hubiese sido algo introducido con engaño o a la fuerza, podría ser revocada la decisión del alcalde por forzada; pero el crucifijo y las imágenes que se veneran en sus iglesias y que salen en procesión, no solo con la anuencia del pueblo sino con su aprobación y entusiasmo, son su patrimonio. No cabe, alegando igualdad, torcer los derechos del pueblo a tener lo que ellos consideren su patrimonio espiritual. 

Los razonamientos sobre esa clase de piedad, que se hagan por los cristianos que puedan valorar con amor y comprensión, estas costumbres de veneración de sus cosas religiosas. De ninguna forma por  los de afuera que tienen y exhiben sus convicciones, sin que nadie se meta en sus valores o formas de entender las cosas. Sus mítines y reuniones son respetables, porque influyen en la cosa pública (res publica) y eso es un valor, compartido o no por otros. 

Brava posición del alcalde en defensa de las creencias de su pueblo que, para defenderlas, lo han puesto de regidor de la ciudad. 

AMDG