La Ley de Dios

Autor: Rafael Ángel Marañón   

 

Hay palabras, que dan la impresión de que se desconocen  (aunque las sepan) no solo por los paganos, sino por los numerosos cristianos que andan a la gresca con Dios porque creen que no son bien tratados por Él. En las interminables pérdidas que a lo largo de la vida padecen todos los humanos, el incrédulo o ignorante atribuye a Dios todos los males que le sobrevienen, como si estos en vez de provenir la mayoría (que es lo que analizo aquí) de su propia codicia y deseos engañosos, sobrevinieran de la inquina de Dios sobre él. 

Así oímos continuamente la cantinela de que Dios es cruel, y que castiga demasiado las “pequeñas” faltas que los humanos cometemos. La ley de Dios y los requerimientos de Jesucristo, son algo que va encajado perfectamente con la ley natural. El hombre desbocado y lanzado a su albedrío que siempre es limitado, se dedica con fruición a vulnerar los preceptos de la naturaleza. Después cuando le llegan las consecuencias clama indignado ¿Qué he hecho yo? Y sabe muy bien lo que ha hecho. Su autoindulgencia no es compartida por la naturaleza, y por tanto le pasa factura. Cada cual, que mire su propia vida a ver que ve. 

Cuando hay una inundación y derriba casas y propiedades es porque se ha construido y apropiado  de lo que pertenece al agua, y se han vulnerado las leyes del agua, que por ley natural es la usuaria del tal lugar. Puede estar muchos años sin usarla, pero sigue siendo por donde ella va a encauzarse cuando lleguen temporadas de fuertes lluvias, se quiera o no.  

He visto a través de mi ya larga vida, catástrofes que se deben exclusivamente a que le hemos cortado el paso natural a los cauces, o a las erupciones volcánicas, al mar, etc., y la naturaleza no perdona. Es como un animal salvaje que aparentemente está domesticado, pero que en un determinado momento hace surgir su naturaleza animal en un mordisco o en otra agresión cualquiera. ¿Hay algo más natural y deseado que la paz? O la justicia, o la generosidad, o el servicio a los que alrededor nuestro requieren ardientemente ser apreciados (no despreciados como suele ser lo habitual), ser ayudado en momentos de dificultad. 

La misericordia, el perdón, la sobriedad, el patrimonio de la Tierra, la protección al débil, la equidad, etc. etc., y tantos conceptos de vida como por naturaleza corresponde a todos poseer, que tanto se admiran en algunos, y tanto se alaban por todos. La Biblia dice que la ley de Dios es lámpara a nuestros pies y  es lumbrera en el camino del humano, y que se ha dado para que las personas sepan por donde circular en la vida sin tropiezos o derivaciones perniciosas.  

Podría enumerar casos y casos, pero si nos advierten de que un camino o una carretera o una calle, está atascada o se han producido desprendimientos de rocas o hay peligro de ello, todos comprendemos que si alguien haciendo caso omiso de estas advertencias se atreve a desafiarlas, es muy probable que pague su temeridad; y todos comprenderán que no debió de hacer  aquello, porque sabía que había un peligro casi cierto en vulnerar el mandamiento de abstenerse a ir por semejante peligroso camino. 

Así es que la ley de Dios, no es vindicativa ni castigadora; lo que solamente pretende es enseñar a los humanos a sortear limpiamente tales peligros, escuchando y poniendo en práctica sus reconvenciones y directrices para no sufrir cada dos por tres las consecuencias de la vulneración de estas ordenanzas, que solo van dirigidas a que vivamos mejor y más protegidos, a veces de nosotros mismos. 

Es lo que todo padre que sea buen ciudadano y quiera lo mejor para su descendencia, diría a sus hijos e hijas para que estuvieran a salvo de las calamidades, y sean felices en esta Tierra que pisamos. Así es Dios para nosotros. Jesús tomó sobre sí estas desobediencias que practicamos por nuestro natural no redimido (porque no queremos), y murió por muerte cruel, a manos de los mismos que hubieran debido defenderle y regocijarse de tenerlo entre ellos, porque durante toda su vida terrenal entre los hombres, pasó haciendo el bien

Tenemos la ley de Cristo que es para bien de toda la humanidad. Hagamos todos un stop en nuestra vida, y miremos si lo que está dicho por Jesús es lo que nos conviene. Comprobaremos que todo lo que Él dijo sobrepasa ampliamente cualquier sabiduría de los hombres por muy sabios y certeros que hayan sido o sean. Pidamos con fe y sosiego y comprobaremos las dulces palabras de Jesús cuando no conmina a que lo hagamos. Ya no estaremos solos por lo que en adelante podremos pedir sabiendo que sobre la voluntad de Dios todo es lícito y Dios está atento a nuestras peticiones. No pidamos gollerías, sino lo que sepamos que es agradable y perfecto como es su voluntad.

AMDG