Seducido y elevado

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Me sedujiste, ¡oh Yahvé!, y fui seducido;

más fuerte fuiste que yo, y me venciste;

cada día he sido escarnecido,

cada cual se burla de mí.

Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito:

Violencia y destrucción;

porque la palabra de Jehová me ha sido

para afrenta y escarnio cada día.

Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre;

no obstante, había en mi corazón

como un fuego ardiente metido en mis huesos;

traté de sufrirlo, y no pude.

 (Jeremías 20:7, 8, 9)

 

Una vez que el hombre después de haber probado con todas las puertas a su alcance para salir de su inquietud espiritual, y penetra por la buena, ya anda en soledad porque ya no le es factible compartir con los demás. Es la perla de que hablaba Jesús.

 

Su marcha y su vocación lo separan del resto. Su vida ya no esta destinada a la religión como tal organización, sino al mismo Dios en Cristo. No que ya abandone el compañerismo eclesial; la diferencia se establece entre el que no entiende nada más que lo epidérmico, y el que está sumergido en otra esfera de la Creación; en la esfera de lo divino.

 

El interés de este ya no es la defensa de la Iglesia como vocación propia de su estado de comunión, sino que está fundamentada en la comunión eclesial, aunque las diferencias en la vocación y en la contemplación sean evidentes, y le hagan acoplarse al movimiento de la Iglesia de Cristo en el rol que le corresponda. Eso ya depende de Dios, que todo lo hace a su sabor y perfecta soberanía.

 

La sensación de superioridad del elegido deja de existir; ya no se basa en la cantidad de conocimientos que haya adquirido, sino en su grado de comunión con su Creador. En ese grado ya sabe el elegido que no es nada, y que cualquier hermano casi ignorante tal vez, puede ser mejor hilo conductor de la expresión de la voluntad del Padre que él.

 

Esto lleva a la humildad, porque se entiende que Dios no hace acepción de personas, sino que trabaja en el que quiere y como quiere. Se aprende entonces, que Dios no se sujeta a ninguna forma que el hombre pueda imaginar para dar su palabra a todos, sino que elige libremente los caminos que a Él le parecen adecuados en su sola potestad.

 

Entonces es, cuando el que ha sido llamado se torna verdaderamente solidario. Al penetrar en el misterio de la vida, y al compartir con el Creador el conocimiento de su voluntad y la verdadera naturaleza de las cosas creadas, entiende que esa es su verdadera posición, y es en la que el Padre saca los mejores capacidades del creyente para aplicarlas a las situaciones que en su propósito fueron decretadas.

 

Ante el pensamiento humano estará y parecerá solo, pero cuando esto sucede encuentra el compañero en Cristo el Señor, y ya anda con la mas sublime compañía imaginable y sublime. Ahí, en ese compañero, encuentra la paz y la seguridad más completa, y los gozos más maravillosos que puedan experimentarse. Ya no le es necesaria la complacencia de nadie, sino solo saber a quien ama, a quien adora, y a quien pertenece.

 

Es ya una nueva vida que se extiende al más allá, y que le hace un ser humano regenerado totalmente. La carne y los deseos ya solo se pueden producir en el alma, Pero ya eso no le afecta, porque ante la compañía de Jesús todo queda más que limpio. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. (Juan 15:3)

 

San Pablo, que se hallaba más o menos en la situación espiritual que trato de explicar, se angustiaba hasta que comprendió que somos miserables en cuanto al cuerpo y a las pasiones pecaminosas del alma, pero por el espíritu se vive a causa de la justicia realizada por el Señor Jesucristo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero !ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. (Eclesiastés 4:10). Y nosotros tenemos a Cristo para que siempre que caigamos, él nos levante y nos vuelva a recuperar para sí mismo.

 

Ya no solo es nuestra lucha y agonía, sino que es también la agonía de Jesús la que nos libre de mala conciencia y su sangre, derramada voluntariamente, es no solo suficiente, sino superior a toda fuerza que se oponga en su plan de redención. El niño hace inevitablemente travesuras y destrozos más o menos gruesos, pero su padre o madre siempre están para impedir que los haga, o para consolarle si los comete y rectificar su indómito individualismo o egoísmo.

 

AMDG