La elección

Autor: Rafael Ángel Marañón   

 

 

elegidos según la presciencia de Dios Padre

en santificación del Espíritu,

para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo:

(1ª Pedro 1:2)

 

Una de las más controvertidas doctrinas de San Pablo, es la fe en una elección divina sobre los que se salvan y en el calvinismo extremo, también en los que se pierden. Todas estas doctrinas se basan principalmente en los dichos de Jesús, la carta a los Romanos de San Pablo, muchas citas en otros lugares de la Escritura, y después seguida por San Agustín de Hipona.

 

No entraré en semejante disputa, porque no entiendo ser hombre preparado para discutir tal doctrina que ya se ha definido desde hace siglos por la Iglesia. Además no estoy interesado en enseñar, porque me puedo equivocar y no dejo de recordar lo que dijo el apóstol: Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. (Santiago 3:1) Anunciar el Evangelio es muy otra cosa.

 

En lo que respecta a mí, no cabe duda a mi conciencia que si no fuera por una llamada casi insoportable, no me hubiera involucrado en esta gesta cristiana que me ha producido muchas molestias sociales, junto con grandezas y gozos innumerables de parte de Cristo. Sé positivamente que mis motivaciones son engendradas en Jesús, al que adoro no solo espiritualmente sino afectivamente.

 

Tengo muchos opositores, de la misma manera que muchas  personas que me apoyan, me acogen, y hasta me aclaran asuntos desde su particular percepción, lo que es de gran estímulo para mí. Los contradictores me acosan con preguntas y hasta con sarcasmos, pero en el fondo creo que están confusos en su interior. Hasta ahora, nada nuevo me han comunicado que no conozca ya desde hace muchos años.

 

Y volviendo a lo mío; es cierto que yo me siento elegido y conducido amorosa y suavemente; porque el Espíritu me va continuamente evidenciando el amor de Dios en Cristo, y esa certidumbre ya desde mi larga vida alegra y pacifica mi espíritu, de tal forma, que siendo de un carácter fuerte y decidido, en mi interior me siento nada ante Dios.

 

Sin embargo sé que soy grande con Jesucristo, el hijo amado, en quien yo confío plenamente y con el que deseo salvarme. No deseo de ninguna otra manera, que ni siquiera contemplo ni concibo. Lo que sea de mí, deseo fervientemente que sea al lado de Él; fuera de Él no deseo nada.

 

Por tal deseo, iniciado y seguido por el Espíritu Santo de Dios, me siento elegido para una vida que será sin duda algo maravilloso, que me hace  pleno de esperanza y seguridad siempre que me paro a pensar profundamente en ello. Sé que si estuviera dejado a mi albedrío sería como tantos y peor que tantos, pero la suave caricia de Dios y su conducción amorosa, me hace el ser más sosegado y más esperanzado del mundo.

 

No me interesa pues, entrar en la controversia de la doctrina. Sé lo que me pasa; y si eso determina alguna forma de doctrina, que sea así. Yo no soy teólogo, ni falta que me hace. Siento a Jesús el Cristo en mí; eso me basta. Las discusiones las dejo para otros, aunque no puedo dejar de proclamar lo que el Evangelio dice a todos; Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo. (Joel 2:13). ¡Claro que se duele el que es infinito amor y inacabable ternura! ¿Qué padre se goza castigando a sus hijos? Pero ha de hacerlo para enderezar lo torcido, y conducirlos al mejor bien para ellos a su criterio. ¿Y no tiene Dios mejor criterio que ningún padre terrenal?

 

Rafael Marañón

 

Un toquecillo Bíblico

 

 

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.

 

Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él; Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo.

 

Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos.

 

Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad.

 

Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados. (Hebreos 12)

AMDG