Movimientos y fraternidades cristianas

Autor: Rafael Ángel Marañón    

 

No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre,

sino exhortándonos;

y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.

(Hebreos 10:25).

 

Estuve hace poco en una reunión de cristianos en la que se propuso la creación de una comunidad que, sin dejar de ser pertenecientes a una parroquia Cristo-céntrica, constituida como Iglesia de Jesucristo, fuese una promoción de la formación cristiana de los miembros que la formaran. Realmente hacía falta, porque la mayoría de los miembros de la Iglesia se conforman con asistir a los cultos litúrgicos, los domingos y «fiestas de guardar», y el resto de la semana lo pasan como zombis, ocupados o más bien enajenados por las tareas necesarias para ganarse la vida, que no es poca cosa. 

¿Para qué, una asociación o fraternidad si ya existe la parroquia? Pienso yo, que lo mejor es que estas comunidades se formen en la Iglesia considerada como templo o lugar de culto habitual, (la parroquia) a fin de que no se derive hacia una diversidad excesiva, que pueda desembocar en herejía tan inocente como se quiera, pero herejía al fin. De eso ya tenemos suficiente experiencia 

Tanto para católicos como para los «hermanos separados», la dirección de una persona sensata y de probada veteranía es, creo que imprescindible, ya que requiere un contacto con la realidad y a la vez una unción que si a uno no le es dada, es mejor que no se meta en camisa de once varas y se deje instalar o instale, en el lugar que el Señor le haya asignado, sin mala conciencia y abarcando solo lo que sus capacidades le permitan.   

…ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida, (Filipenses 2: 12 al 16) 

Aquí sale a la palestra, el Quién va a ser esa autoridad moral que guíe una fraternidad sana que ayude a su parroquia, y a la vez mantenga un grado de independencia (o mejor autonomía) para la obtención de un progreso espiritual sano y vigoroso. En esa escala de formación y de potencial está el párroco, que sin duda aporta veteranía, conocimiento de las personas, y a la vez su carisma personal que pueda comunicar a los espíritus fraternos. 

Hay que huir de muchas reglas, pues si no lo hacemos podemos caer en una comunidad de nuevo cultual y ritualista (para los cultos está la parroquia) cuando lo que se busca es la progresión en el conocimiento de Cristo Jesús. Una comunidad rica en conocimientos y en espiritualidad real y no ficticia, como ya hace años impulsaba el ex jesuita Diez Alegría. Porque de no ser «ética y profética», solo sería un club de los llamados meapilas de mal gusto y aherrojado en las reglas. Para eso no vale la pena el esfuerzo. 

Las reglas son útiles cuando nos llevan a los pies de Señor, y cuando en su observancia genuina puede manifestarse esa comunidad como real trasunto de la vida de Cristo. No es necesario decirle a un varón o a una dama cristiana lo que hay que hacer, si solo se tiene en cuenta que en los lazos matrimoniales no se han de mirar uno al otro, sino los dos en la mismas bendita dirección: Cristo mismo.  

Solo cuando aprendemos a mirar al otro como a una persona que lleva a Cristo en sí misma, es como vemos la inutilidad de tratarle como se tratan los paganos, y derramar sobre esa personita a la que se unió por los lazos del amor humanos, todos los ricos efluvios de la vida de Cristo que habita en él o ella. Todo hacerlo como a Cristo: ¿Daríamos una voz más alta que otra a Jesús? ¿O lo engañaríamos y mentiríamos? Si conseguimos ver a un Jesús en el otro, y esto es recíproco, conseguiremos la mayor bendición que puede caer sobre los humanos. Todo lo demás fluirá por sí solo, porque ya Jesús se encarga de regalitos que tanto nos agradan, y en correcciones que tanto nos irritan. 

Buscar la felicidad en las cosas, en la posición social, en la consideración de los incrédulos que siempre es interesada, o por lo menos la mayoría de las veces, es una necedad. Una vida común que resalte a la vista de los paganos, por su genuino porte, es suficiente para estar haciendo la propagación de las maneras cristianas. Una sonrisa, un saludo, una ligera ayuda, un pequeño servicio a los de tu bloque, a los compañeros de trabajo… en resumen, la llamada por San Pablo: «gentileza cristiana»  

 

AMDG