El verdadero Evangelio

Autor: Rafael Ángel Marañón    

 

 

Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo,

tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar

cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios;

y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche,

y no de alimento sólido.

Y todo aquel que participa de la leche es inexperto

en la palabra de justicia, porque es niño; (Hebreos 5:12,13).

 

 

Estas palabras del apóstol resumen la situación de muchas congregaciones en las que, la falta de atención o la macilenta forma de enseñar, produce cristianos tibios y deseosos de que se les enseñen siempre las mismas cosas secundarias, por falta del deseo de crecer sin cesar en la vida de Jesucristo.

 

Es lamentable, por no decir más, el estado de algunas congregaciones, viviendo con los pies puestos uno en cada orilla del río de la vida. Uno puesto en una orilla (la del mundo) y otro en la otra del Evangelio en su (para ellos) cómoda posición. Y en esta tesitura, se impone cada día dejar bien establecido lo que hay que hacer, para el crecimiento espiritual que dé grandeza y eficacia a nuestra fe.

 

Ante todo hay que volver a los principios vitales, pues quizás por exceso de materia se olvida lo que es principal y se tornan el discurso y la praxis en divagaciones sobre unos elementos de enseñanza, totalmente desmarcados de lo que es la primigenia forma de conducirse de la Iglesia y los cristianos. Y lo que es peor, en envidias y celos unas con otras, lo que trae animosidad y desprecio entre congregaciones cristianas.

 

Ante todo, hay que establecer que los llamados Evangelios deberían denominarse escritos evangélicos, para que no se confunda con el Evangelio que es solo uno. Los distintos escritos de los apóstoles son partes todas importantes de lo que se dejó escrito sobre Jesús y su doctrina. El Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, es el simple anuncio de que Dios ama a todas sus criaturas y desea para ellos la vida eterna.

 

La salvación procede de Dios, y no de los esfuerzos de las criaturas de hacerse un nombre aceptable para Dios, mediante esfuerzos y méritos. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Juan 3:16). Ese es el Evangelio de la Gracia de Dios para con los hombres. Procede de su amor y termina en su amor. Nada del Hombre; todo de Dios.

 

Solo Jesucristo, y la aceptación de su anuncio y su doctrina para una correcta praxis en esta vida son eficaces, y no la simple confianza sin vida real, o la serie de méritos que a veces  arrogantemente nos atribuimos; todo desemboca, se quiera o no, en la trascendencia eterna. Unos para vida eterna, otros reprobados: los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, (2 Tesalonicenses 1:9).  Espantosa perspectiva.

 

San Pablo llega a decir con verdad: en cuanto a la justicia que es en la ley, soy irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo,

 

y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte.

 

 Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida, por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo (Filipenses 3: 6 al 10).

 

Pablo deja establecido el orden de las cosas en la relación con Cristo. Es simplemente tener todo como pérdida, si no nos lleva a la perfección cristiana, que no es escuela de méritos, que también tendrán su justa recompensa; dejar que Él se posesione de nuestro ser, de tal manera que todas las cosas nos parezcan insignificantes en relación con el Evangelio de la Gracia de Dios, para con los que pensamos en su nombre.

 

AMDG