Con amor eterno te he amado

Autor: Rafael Ángel Marañón   

 

 

Vivimos unos tiempos que, contrariamente a lo que creemos, las sucesivas generaciones, desde su fundación, nunca ha sido favorables a la fe cristiana. Unas veces las amenazas de afuera nos han hecho reaccionar, y la fe se ha mantenido de una u otra forma. Actualmente nos enfrentamos a un recrudecimiento de la oposición y hasta ya, de persecución más o menos larvada, que no solo proviene del exterior, sino de la misma crítica de cristianos en el interior de cada una de las denominaciones. 

Acabamos de asistir a la confusión de los anglicanos, y de cómo las influencias exteriores se han apoderado del pensamiento de la iglesia en esta denominación. Algunos se han acercado a la Iglesia Católica, a mi juicio más con deseos de conservar sus tradiciones y normas de fe, que por auténtico espíritu ecuménico. Ya esto es un avance para la unidad, si esta se produce mediante la caridad y la humildad. 

Sea como sea, y en las condiciones en que vivamos la fe entre los que no la consideran e incluso la persiguen, el hecho es que no estamos abandonados a pesar de nuestra fe débil y entreverada de lo que San Pablo llamaba «la carne». Que es el espíritu y el alma humana, desarrollando a la vez que Dios mismo y su revelación en Jesucristo. Por supuesto estorba, y una de las misiones del cristiano es la de despejar su horizonte espiritual de esta opositora, que con sus imaginaciones y sus ataduras impide el buen funcionamiento de nuestra fe. 

Es a lo que se refiere San Juan de la Cruz, cuando dice en su poema de la noche oscura. Estando ya mi casa sosegada. Es decir limpia de carne y de las tres enemigas de nuestro progreso cristiano. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. (1ª Juan 2:16). Cuando esos viles enemigos son puestos en servidumbre, es cuando el progreso del cristiano es imparable y se llega a la más dulce comunión con Jesucristo en el Espíritu. Y el Padre entrega su promesa que es nuestra delicia, porque ya su amor es para siempre y somos salvos de la ira. 

Con amor eterno te he amado.-  (Jeremías 31:3);  palabras claras que no tienen el eco que deben provocar ante tal manifestación de amor. Creyéndolas e incorporándolas al sentir diario, es vivir ante una realidad palpable, porque en todo se puede contemplar este esplendoroso hecho de Dios, que por nadie se deja ganar en amor y generosidad.

Sit semper benedictus et laudato

Pax et gratia Domini nostri sit nobiscum semper 

AMDG. 

Porque así lo has querido me has creado

Porque tú lo has querido me has librado

Porque tú lo quisiste me has salvado

Porque tanto me amas, te he amado;

 

A ti, rey del amor total y deseado

Por todo el que en tu fuerza liberado

Espera con los ángeles, juntado,

En tu seno gozar ya serenado.