Costumbres; Comentario 1º

Autor: Rafael Ángel Marañón   

 

El testimonio del cristiano es la fe de una mujer o un hombre,  que  ante todo, testimonia su adoración y obediencia a Dios  antes que nada. Ello nos da pie para poner en su justo lugar lo que en muchos casos se llama ritualismo o fundamentalismo, extremismo, etc. por parte de los indiferentes o los que casi exclusivamente se centran en el ritual. Es el orden de algunas sectas que no digo que son perniciosas, pero que establecen principios que no son necesarios para la buena administración del misterio cristiano, y hacen rechinar su creencia ante los demás en asuntos que no  quitan ni ponen a la vida cristiana normal. 

Es tan importante comprender la idoneidad de las  ordenanzas del Señor Jesús, que nunca las estudiaremos  bastante en nuestro devenir diario, a pesar de ser tan  imprescindibles para una correcta vida cristiana. Estas gentes apartadas y casi estrambóticas para nuestra forma de vivir, nos hacen mirar la realidad de que hay muchas cosas de las que los cristianos “normales” podemos, y creo que debemos, prescindir sin que nuestras vidas se conviertan en «calvarios» como muchos alegan, sino que liberados de ellas podemos ejercer el dominio sobre ellas que es nuestra nueva naturaleza espiritual en Cristo.

 

Por supuesto, que a estas mujeres de las sectas no se le podría  reprochar algo negativo contra su fe, tan ingenua y elemental, como  firmemente expresada. Sabemos que ahora, a muchas mujeres piadosas esta posición puede  parecerles como muy extremada y casi ridícula. Hoy día, la verdad es que es chocante. Pero ellos, aun enfrentando conflictos que son comunes a todos los humanos, tienen unos resortes espirituales que les hacen vivir simple y felizmente una vida austera y  aparentemente fructífera.

 

La pura verdad, es que parece ser que no hay necesidad de llegar a esos extremos, para una auténtica adoración agradable hacia el Señor dicen muchos.  No estoy del todo de acuerdo con ello. Lo explico a continuación. Hay costumbres y formas de hablar, conducirse o  expresarse, que a los indiferentes o tibios les parecen como  fuera de lugar. Esto es así cuando se recoge y practica  una costumbre, de la que cuando se quiera (o los tiempos y modas lo demanden), se pueden cambiar a gusto de cada cual. Y además se la entroniza como centro del culto o la conducta.

 

Se puede pues de esta manera (según se cree por algunos) prescindir de ella tranquilamente, sin ningún detrimento de una espiritualidad  correcta. Tremenda equivocación. Las costumbres (algunas de ellas perniciosas) no son  origen ni síntoma de espiritualidad. Por el contrario, son los valores espirituales los que hacen adoptar una u otra costumbre, que recuerde viva y constantemente quienes somos los creyentes, y a «Quién pertenecemos». Y es que, la costumbre es una segunda naturaleza, que los cristianos genuinos adquieren en la vida espiritual. Si las buenas costumbres cristianas se  menosprecian, no tardará en venir el menosprecio de lo  que es la razón de esas costumbres; tal vez por el menosprecio de lo que es principal, es por lo que sobreviene comúnmente el abandono de las buenas costumbres.

 

Dice el gran apóstol Pablo. «No erréis; las malas compañías corrompen las buenas costumbres». Y es  tal como él lo expresa. Las malas formas de manifestarnos como muchas veces hacemos tan negligentemente, y nuestra descuidada forma de vivir, hacen mucho daño a la obra de Dios, así como los rencores, chismes, rencillas, y tanta animosidad contra cualquier hermano que pueda haber cometido algún agravio contra  nosotros, sea este voluntario o irreflexivo. (1ª Corintios 15-33).

 

De nada sirven las grandes campañas que muestran  magistralmente lo que Cristo hizo por nosotros, si posteriormente los interesados, es decir, los nuevos convertidos, contemplan en nosotros que no es una realidad el espíritu perdonador ni la verdadera fraternidad y tolerancia. Que nos avergonzamos de andar, y mostrar en nuestra buena conducta, la realidad práctica de lo que tanto se predicaba en tales campañas de evangelización; el amor y la misericordia.

 

Canta tanto el grillo

Que a veces molesta;

Y muchos cristianos

Cantan y día y noche

Llenando su cesta.

 

El pájaro bueno

Hace su nidada,

Y abriga y resguarda

A su bella prole,

Noche y alborada

Rafael Marañón

AMDG