La mano de Dios

Autor: Rafael Ángel Marañón   

 

 

A Maríe B.

 

Querida Marie: he recibido tu mensaje largo pero nutrido de contenido y desde luego estremecedor y dramático. Ni me puedo figurar como te has sentido con tanta calamidad sobre tus espaldas. Me hubiese gustado estar en contacto contigo, pero ni Olga ni tu hijo me dijeron nada. En el fondo te agradezco que no me lo dijeras antes. Lo hubiese pasado mal.

 

No me extraña que en estas circunstancias hayas recurrido a Dios, al que tenías tan abandonado. Yo solo te he hablado de Él, y tengo que confesar que sin convicción cuando te enviaba mis mensajes. Aquí se dice que no hay mal que por bien no venga, y creo que es aplicable a tu situación. Tú te sentías segura y fuerte, y Dios era para ti una entelequia que tu amigo Rafael se empeñaba en ponerte siempre delante. Tal vez, este percance tan terrible, ayude a que nos demos cuenta de nuestra vulnerabilidad, y nos demos a Dios para que Él se encargue de todo lo que nosotros no podemos controlar. Que como ves, es casi todo.

 

Por lo que me dices, no podrás volver a trabajar y te quedan secuelas muy graves. Lo siento como no te puedes imaginar, y más aun cuando entré en tu página y pregunté por ti, y nadie me ha dado respuesta. Cuando dejaste de estar allí, me figuré que algo pasaba. No esperaba tanto desastre. Me alegra que hayas pensado en Jesús y en sus palabras, ya que cuando se va a Él con limpia intención, no nos deja estar vacíos ni abandonados. Ya que yo no puedo hacer nada por ti, por lo menos que Él se ocupe de tus gruesos problemas, y quiero decirte que para Jesús no hay problemas, ni chicos ni grandes. Yo oraré con Isabelita por tus cosas.

 

Sé que es fácil hablar de cosas así estando bien; que los consuelos que podemos dar los hombres son algo trivial, superficial, a causa de nuestra inutilidad, pero Jesús sabe entender el alma humana y nada escapa de su simpatía, alegría, y compasión. Considéralo tu hermano, y Él será tu hermano. Tal vez tu destino eterno en Gloria, se haya realizado por causa de este accidente, en el cual has visto lo pasajero, incierto  y precario de la vida.

 

 Sé igualmente, que no debo aprovechar esta penosa ocasión para contarte lo que hemos venido diciendo estos años. No es el momento, pero por lo que se ve no me queda otro, y no quisiera que esta separación sea sin que te haya hecho señales de paz con Dios, y fraternal relación con Jesucristo. Pasarán los años como pasa todo, y a mí no me encontrarás ya aquí, porque ya pronto, por la edad, me tengo que ir a donde me esperan mis hermanos por miríadas. Quédate con Jesús, y trata de vivir con lo que te queda y con Él. Verás como nunca te faltará su maravillosa compañía.

 

Te lo deseo de corazón

 

Rafael

AMDG