¿Agnóstico, o perezoso intelectual?

Autor: Rafael Ángel Marañón   

 

 

Siempre que se habla de la fe se eroga el argumento del escepticismo, y se le pone el bonito nombre de agnosticismo que queda más elegante y que, en cierto modo, coloca al que se reconoce así en una situación de ser “algo”. Escépticos y agnósticos, somos todos los que de alguna manera tenemos interés en comprobar si las verdades son realidades o solo sofismas, como suelen ser en numerosísimas ocasiones y más en este mundo moderno que se jacta de no creer en nada.

 

La gente no cree en nada, hasta que le hacen un mal y llaman a la policía; entonces claro que creen en la policía. Y de estas y como estas, puedo ofrecer ejemplos hasta la extenuación. Sastre era muy dado a decir que no había verdad, pero alentó las revoluciones burguesas, y sus escritos rezuman convicción de que él si dice verdad. Madame Beauvier,  su amante, también encabezó el feminismo de su tiempo, y por lo que se ve también creía que lo que propugnaba era verdad.

 

Para mí, que el agnosticismo aplicado a religión, es fruto de la pereza mental y de la abrumadora influencia que los medios ejercen sobre las gentes. No es raro encontrar personas que cambian de opinión, de la manera en que son manipulados por los medios que frecuentan. Se puede muchas veces saber que medios frecuenta, por la forma que tiene de enfocar los sucesos. También a los de la fe se les nota su querencia, pero esta es solamente en una dirección, que avala la justicia de su fundamento.

 

Todo lo que se hace bajo esta filosofía es hacer el bien. Hacer el bien es una verdad incontestable y produce los frutos más eficaces tanto para la paz del que es ayudado, como para el que ayuda en nombre de Jesús. Este lenguaje a veces produce ronchas en las gentes, como si el cristianismo fuera enemigo de alguien y no el amigo de todos por mandamiento de su Señor.

 

Así pues, el escepticismo es una debilidad del espíritu, y un infierno para el que se encuentra continuamente en duda y, por lo tanto, en aflicción de espíritu. El agnóstico religioso, sabe que no somos solamente nuestro propio cuerpo. Esta convicción les hace rechazar la fe, porque se sentirían con la necesidad de esforzarse para estar en armonía con la Tierra, el Creador y con la pura lógica. Su ignorancia les impide crecer, ya que si ya tropiezan en los rudimentos, les será imposible avanzar en la realidad de los misterios, empezando por los de la naturaleza. 

 

El salvaje que adora al dios de las praderas o del bosque sabe que hay una entidad superior a sí mismo, y lo considera superior, pero el agnóstico se niega a someterse al dictado de la razón. Esta razón, le dice que lo creado es obra de alguien, y que ese alguien es el Creador que es reconocido por los cristianos. La palabra y hechos de Jesús son incontestables y el agnóstico lo sabe, aunque se niega a entrar en estos misterios, como se niega a entrar en el misterio de la luna, de las flores, de los animales, con criterio racional; cree que si entra se convertirá en tributario del Creador, y por lo tanto, prefiere la facilidad de las corrientes que le envuelven, a envolverse en la frazada protectora del  Evangelio.

 

No de otra forma se comprende el éxito que adquieren los libros, películas, y cualquier opinión que suponga un descrédito del Evangelio, y apoyar las dudas del agnóstico que, al tiempo que le embargan, son aguijones que le espolean. El que anuncia liberación y alegría, es despreciado y puesto bajo unos focos implacables; el  que en dos mil años, ha prevalecido tanto sobre todas las corrientes de afuera, como de las corrupciones de dentro, sigue vivo y está llamando a todos a su amor; amor de Dios hecho carne como nosotros.  

AMDG