Matrimonio.-corsés mentales

Autor: Rafael Ángel Marañón   

 

 

Este escrito es un aporte de ideas, para reflexión e información, que inviten a cada lector a pensar y buscar intercambio de estas reflexiones, o para mejor asentamiento de la correcta doctrina. Quiero aclarar y no confundir. Titánico esfuerzo, y osada pretensión.

 

No es bueno que se establezcan conceptos rígidos que, por ser controvertidos y, para más gravedad, de importancia vital en la vida de todos, hombres mujeres y niños, son de muy delicado tratamiento.

 

La gran multitud de reglas y costumbres que rigen la vida de las iglesias cristianas, se establecen como un corsé mental. Hay personas que por su escasa instrucción, por flojera mental o falta de interés por las cosas espirituales, necesitan ir a remolque de alguna organización que les lleve, sin necesidad de pensar por sí mismas. Y verdaderamente hay muchos que necesitan de estas muletas espirituales.

 

Este modo de andar en «religión» de tantos, se tiene que apoyar en costumbres y doctrinas que el cristiano inmaduro, tiene por dogmas y mandamientos del Señor, cuando no son más que una forma aleatoria y circunstancial de procedimiento. No necesariamente mala, y tal vez muy buena, pero no determinante, y creo que ni exclusivamente la única vertiente, por donde hacer correr el torrente de la espiritualidad.

 

Es una forma que deviene en rígida, y desde luego excluyente. Y no olvidemos que la rígida costumbre, inmovilista y arriscada en asuntos de importancia accesoria, es la peor enemiga del verdadero progreso, tanto cultural como espiritual. La historia nos lo demuestra.

 

El discípulo que pretenda seguir a Jesucristo con todas sus consecuencias, debiera imitarle así como a Pablo y quedarse soltero, si lo está. Por supuesto si tiene el «don». Es un consejo evangélico.

 

El creyente que no pueda contenerse por poseer un fuerte (o normal) impulso genésico, que tenga una mujer por esposa, o la mujer un hombre por esposo, «con tal que sea en el Señor». Es un consejo evangélico.

 

El creyente que esté casado al convertirse, no se separe, si su cónyuge consiente en vivir con él, sin tratar de llevarle a una distinta forma de vivir y, sobre todo, disuadirle de seguir siendo cristiano.

 

Puede ser que con su conducta de buen discípulo de Jesucristo, haga que el otro consorte se convierta en vista de su buen comportamiento como cónyuge, y de las ventajas que este proceder procura a sí mismo y a los demás.

 

A la hora de buscar esposo/a, la persona creyente soltera, ha de cerciorarse de que su futuro cónyuge es cristiano de veras, y no simplemente nominal. Que su matrimonio, tiene posibilidades reales de supervivencia y progreso.

 

Considero que la costumbre de buscar fuera, novia o novio mundano en la posibilidad de que puede algún día convertirse, es  perjudicial y puede resultar dañina para el cristiano. En ocasiones, estas uniones se buscan por nerviosismo o impaciencia.

 

Muchos de los divorcios, se producen al quedar el creyente en manifiesta inferioridad por sus escrúpulos cristianos, frente a quien no es creyente sino de palabra, o no lo es de ninguna manera. Este último suele actuar, según sus determinaciones, con rigor y sin conciencia.

 

Es manifiesto que en las condiciones mencionadas, sabidas desde el principio, lo más probable es que el matrimonio fracase, sea un dolor continuo para el creyente, o acabe por derribarle de su fe, para acordar con el cónyuge incrédulo.

 

Esto es solo una forma de opinión recogida de las experiencias y de los consejos evangélicos. No es un dictamen dogmático, pero habitualmente parece ser así con las excepciones que en todo se producen. Pablo distingue muy bien lo que dice el Señor y lo que dice él.

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AMDG