La escritura santa

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Porque las cosas que se escribieron antes,

para nuestra enseñanza se escribieron,

a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras,

tengamos esperanza. (Romanos 15:4)

Y a vosotros también, que erais en otro tiempo

extraños y enemigos en vuestra mente,

haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne,

por medio de la muerte,

para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él;

 si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe,

y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído,

el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo;

del cual yo, Pablo fui hecho ministro.

(Colosenses 1:21 y ss.)

 

Tenemos los cristianos una gran tendencia en considerar la lectura y la delectación en las Santas escrituras como algo fastidioso y de poco provecho. Podríamos decir que cualquier lectura de periódicos, revistas pseudo científicas, merece más atención del cristiano que la lectura y disfrute de la sabiduría que mana de las Escrituras como fuente de vida, y como protección de las situaciones que enfrentamos cada día.

¿Qué ocupación mejor podemos elegir que la lectura y meditación de las Escrituras para adquirir conocimientos de la vida de Jesucristo, y la necesaria iluminación para saber en cada momento lo que contenta a Dios, y deviene en nuestro provecho. Así dice el salmista: Lámpara  es a mis pies tu palabra y lumbrera en mi camino. (Salmo 119). Es la palabra, luz guiadora, y no como las mundanalidades, que son como focos brillantes que deslumbran, y no te dejan ver nada más que lo que ellos quieren que veas.

La palabra de Dios es para nosotros consuelo y acicate para poder afrontar el misterio de la vida, tan oscuro para muchos, y tan perfectamente revelado para el cristiano. Es luz que ilumina nuestros pasos y previene del error y la desgracia.

Muchos estudios hacen falta para obtener un título, y estar cualificado para poder ejercer una profesión que, al fin y al cabo, terminará con la jubilación o la muerte, amén de otras innumerables vicisitudes a lo largo de la vida. Muchos esfuerzos y sacrificios se emplean para adquirir cualquier conocimiento, en muchos casos para solamente ser considerado culto y documentado.

En el caso de cristianos, la lectura de la Escritura es para un altísimo porcentaje algo tedioso y aburrido. Una ciencia espiritual que nos lleva a la más alta cumbre de la existencia, que nos hace comprender las causas de las cosas; que nos lleva a penetrar los recovecos de la vida y nos da a conocer la vida, obras, muerte y resurrección, del que nos garantiza la salvación.

¿Qué hacemos con ella los cristianos? Olvidarla, ignorarla, o en muchos casos despreciarla. ¿Qué nos va a decir un libro de hace miles de años, a nosotros, la bestia del siglo XXI, henchidos de ciencia, de innovaciones… y de orgullo? Eso es agua pasada y hoy los descubrimientos nos llevan a unas conclusiones… y cada uno aporta una «conclusión», por supuesto “inconclusa”.

Que eso ocurra a los incrédulos inmersos en sus vicios, costumbres y en su perdición no es de extrañar, ya que la Escritura les amonesta sus vicios y malos hechos. De ahí que el apóstol diga: todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución; mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados.

Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2ª Timoteo 3:15 y ss).

Es pues grave descuido y señal de poca piedad descuidar el diario alimento que las Santas Escrituras proporcionan al creyente, y la enorme y creciente sabiduría espiritual que comunica por la atenta lectura y la continua y respetuosa dedicación.

Es la asignatura de Dios. La más importante que podamos ponderar en este mundo, porque nos lleva a la vida eterna de la que carecerán los que confiados en su ciencia (que no es una sino multitud de supercherías) van de cabeza a su eterna perdición. Cualquier ciencia que adquiramos morirá con nosotros, pero la ciencia de Dios expresada en la Escritura es provechosa en grado sumo para la vida eterna.

Cada descubrimiento que se realiza va acompañado de la misma frase. «Este descubrimiento invalida todo lo que se sabía sobre tal o cual fenómeno». ¿Pero no decíamos que tal cosa era cierta y científicamente experimentada ¿como ahora decimos que queda invalidada? Esa ciencia (muy meritoria por cierto) está sujeta a continuas rectificaciones, por que la ciencia es una inacabable búsqueda de la razón de las cosas. La Escritura lo da todo hecho y bien masticado. Solo hay que seguirla, para dar siempre en el clavo exacto con toda precisión.

Cuando Josué se disponía a combatir por la tierra prometida tenía por delante una infinidad de peligros. Naciones poderosas, evolucionadas, con fuertes y adiestrados ejércitos, y  murallas imponentes.

La empresa distaba mucho de ser fácil y Josué era consciente de ello. Percibe el peligro, pero recibe esta revelación del Señor a sus reparos interiores: Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas.

Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien. Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Yahvé tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas. (Josué 1:7 y ss.)

Así fue a lo largo de la larga y complicada campaña a pesar de las fluctuaciones de Josué y de las humanas desviaciones, pero Dios cumplió su promesa, por que Dios no es hombre para que mienta. Ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo ¿y no hará? Habló ¿y no ejecutará? (Números 23:19 y ss.)

Ahora los cristianos dejamos la Escritura para lo que consideramos otra ocasión mejor que nunca llega en vez de ponernos manos a la obra en el momento en que nos acucia o invita. Estamos desoyendo las palabras de Jesús, y así no nos puede ir bien porque es haciendo las cosas del «Libro» como todo nos saldrá bien. Hasta los sucesos que nos parezcan adversos serán para bien aunque en esos momentos no nos parezcan nada bueno..

Se necesita valentía para ello, que es lo que Dios pedía a Josué. No para combatir con espada, sino con la valentía que se precisa para hacer lo que el Señor nos ha dejado mandado, y cuya culminación es el amor. Nadie que ama hace daño, y sí mucho bien.

Ese es el deseo ferviente de Dios, en Cristo Jesús para nosotros. No menospreciemos ni ignoremos su palabra.

A Dios la Gloria.