El dorado mundano

Autor: Rafael Ángel Marañón   

 

Frecuentemente, se sitúa al azar como el factor primero en la vida de los hombres, y la buena suerte como lo mejor que puede sucederles. El éxito y la fama, se sitúan como el Eldorado de la vida de los hombres. Ello naturalmente, y por la fuerza de las cosas, no es posible en casi la inmensa masa de la población, por lo que la no consecución de estas metas provoca una desilusión y una paranoia de las gentes, que quieren culpar a otros factores exógenos, del fracaso que supone  no obtener lo que según la filosofía del mundo deberían poseer. 

Para obtener tales ventajas sobre la masa, no dudan en emplear las peores tretas para obtenerlas, y la filosofía común es llegar, no importa como. Esta forma de pensar tiene graves consecuencias, ya que crea un mundo de frustrados y desdichados, que en su amargura hacen de sus vidas un infierno de envidias y malas acciones, que tratan de hacer revancha sobre los que lo han conseguido. De ello las malas lenguas que se complacen en buscar los defectos de los que triunfan entre la masa y también, por el contrario, la idolatría hacia los que logran llegar en sintonía con sus inclinaciones. Solo hay que ver los estadios a tope de fans, que gritan y vitorean cada gesto del “ídolo” de turno. 

Hablando del Evangelio, que es nuestro tema, hay que decir que el triunfo cristiano no es ni de lejos semejante al triunfo mundano. El Evangelio es ofrecido por los que lo profetizan a todos los hombres, de buena voluntad y sinceramente. Cualquiera que acepte la fe en Dios y en Jesucristo, como mediador entre Dios y los hombres y fiel interprete de su voluntad, puede obtener de momento y sin más esfuerzo, la salvación eterna. Esto es vida real sin soporte carnal, sino que es pureza, paz y alegría eternas. Cuerpos espirituales y dicha eterna sin dudas ni temores. 

En esta vida azarosa y casi siempre decepcionante y peligrosa, es escasa la alegría de la gente porque ni están en seguridad, ni si la tienen, pueden pensar que esta durará; el temor los acompaña toda su vida, y la muerte les espera al final inapelablemente. Así se explica la voracidad por acumular riquezas, seguridades, blindajes, Etc.; en fin, de una dicha lograda y que no es tan dichosa, por cuanto el temor a perderla, siempre actúa rompiendo las más rosadas esperanzas. Se puede decir que “nadie es feliz en la vida”. Todo es angustioso y azaroso. La seguridad no es estable y por lo tanto no es seguridad.  

La vida eterna ofrecida por Jesucristo en su evangelio o buena noticia, es para los hombres que la aceptan, la más fantástica oferta de salvación no solo en la otra esfera de la vida, sino en esta. La seguridad del hombre de fe no depende de los azares de su suerte ni de la fama, el reconocimiento, o la prosperidad que venden algunos impostores. Se basa en la aceptación de la voluntad de Dios en todo el Universo, y en el amparo que se espera minuto a minuto, de quien nos acompaña cada momento de nuestras vidas. Esta aceptación nos libra de todos nuestros pensamientos y rencor, por cuanto las cosas no marchan a medida de nuestros gustos o deseos. Es voluntad de Dios, y basta para nosotros. Lo demás son epifenómenos, que giran alrededor del centro que es Dios y su obra.

 AMDG