Rudeza y temeridad

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

Me he acercado a una de tantas revistas religiosas, y he visto en el apartado de interacción, unas cartas en las que se habla de todo tema relacionado con lo que llamamos religión, (aunque a mí me gusta más el término espiritualidad). Este último vocablo incluye a todos; el de religión, aunque apropiado, es más separador por causa de la pertenencia de cada cual a un grupo que profesa una fe semejante, aunque opositora militante. No entiendo, aunque comprendo, las afirmaciones y contrarréplicas que se leen en la revista mencionada. Preguntas y respuestas cargadas de menosprecio por el otro, de agresividad, de descalificación irónica, que más que una carta cristiana parece el vómito de resentidos soberbios. 

Pareciera que todos han hecho profundos estudios teológicos, y que son «infalibles» por la razón que sea, porque hablan poco menos que ex cátedra. Lo mismo sucede en los blogs y grupos de Internet, que dan espanto a veces por las formas en que se dirigen unos cristianos a otros. No me extraña que en cuestiones de política, donde las ideas están muy polarizadas, haya semejantes expresiones de personas a las que se les nota la ignorancia y la elementalidad de sus estudios, si es que han hecho algunos. Pero el hablar de personas que exhiben la Biblia como respaldo de sus aseveraciones, la mayor parte desprovistas de base, y solo fundamentadas en citas bíblicas traídas al buen tun tun, me parece de lo más inadecuado, por no decir más. 

Pienso con tristeza, que se repite la situación que el profeta denunciaba con las mismas palabras de Dios:  Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Yahvé: Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí. El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento. (Isaías 1:2) Y así se puede aplicar esta frase al Israel de Dios, que es la Iglesia Cristiana. Los hijos no tienen conocimiento de lo que antes aun de Jesús, expresaron los profetas. La referencia de nuestros pensamientos y acciones a la voluntad de Dios. Y ser imitadores en su amor. (Efesios 5:1) 

Cuando nos expresamos así no nos damos cuenta que dañamos a nuestro hermanos y ponemos el odio y el miedo en sus corazones solo para defender unas opiniones sujetas como todas al espíritu apostólico, aunque los consideremos muy equivocados. Invoquemos al Espíritu y dejemos que Él haga su obra. Tenemos que entender, que hay muchas personas que no piensan como nosotros y que dentro de la misma Iglesia de Dios hay distintas sensibilidades.  

Esto hace que sea temerario y detestable estas formas de expresarnos unos con otros y que, si queremos, podamos comprender la responsabilidad de los que gobiernan, de mantener un espíritu de concordia y de cautela, por causa de esas distintas sensibilidades. Y no se me diga que la Biblia (dicho sea de paso dada por la Iglesia) es referencia infalible porque si realmente lo es como existen tantas discrepancias. La Biblia, es una para todos. Lo demás son INTERPRETACIONES.

No quisiera tener en mis manos el poder decisorio que tiene el Papa, porque no podría soportarlo. Las iglesias menos numerosas, independientes, y que adoptan unas distintas doctrinas y praxis entre sí, no entienden otra forma que la suya, con ser en algunos casos, tan distintas unas de otras. ¿Cómo se puede estar en la verdad, si unos y otros proclaman la verdad de sus doctrinas y la perversión de otras? ¿Eso edifica la Iglesia? El apóstol lo dice y yo también lo repito: hágase todo para edificación. (1ª Corintios 14:26). Podrás vencer con tus razonamientos y aplastar las resistencias con tu sabiduría, porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. (Santiago 3:15).  

Es cierto que se cometen en nombre del «negocio de la religión» las mayores monstruosidades, pero la infinidad de herejías surgidas en la temprana edad de la Iglesia, fueron reconducidas y ordenadas, rechazándose todo lo superfluo o corrosivo. Y era natural que así fuera, hasta homogeneizarse en la fe apostólica. Volver ahora a tantos y tantos desvíos, es como poco una temeridad; hace que los hijos se vuelvan contra el Padre y que Jesús sea desacreditado por los mismos que dicen adorarle. Eso no es buscar la paz, que es con el amor el vínculo entre cristianos. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.. (Santiago 3:18). 

AMDG