La viga del ojo ajeno

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir.

    Y les decía una parábola: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?

¿No caerán ambos en el hoyo?

     El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro.

     ¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?

     ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo?

Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo,

y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano.

 

 

Solo de nuestra vida hemos de dar cuenta a Dios. Se equivocan los que afirman que todo acaba en el sepulcro. Entonces es cuando todo empieza de verdad. Hay retribución y pago, tanto para los que buscan inmortalidad, como para los que todo su corazón lo ponen en las cosas de la tierra.

Nadie puede comer, beber o estar tranquilo más que otro, porque el primero posea muchos bienes que le darán, junto a venales satisfacciones, crueles tormentos y muchas vueltas en cama de insomne.

Hay hoy (siempre los ha habido) muchos que llevan a otros a ideas y practicas inútiles y perniciosas cuando no netamente criminales. Hay muchos que son ciegos o lo parecen, pero que llevan tras sí a otros muchos ciegos. Todos de la mano marchan ciegos al precipicio de donde nunca podrán salir, pues no  han echado mano de la potencia que es capaz de sacarlos y restituirlos a la vida.

Una de las principales causa de estas situaciones, es el prurito de meter nuestras impertinentes narices en las cosas de los demás. Hay una curiosidad morbosa por todo cuanto vulnere la ley natural, basando (para más mentir) ese argumento en que siguen las leyes naturales.

Nosotros a veces no somos mejores. Si alguien hay malo, bastante tiene con dar cuentas a Dios. No entres tú a oficio que no te corresponde cuando tienes tanta falta de virtudes, y eres tan aficionado a las cosas mundanas. ¿No tienes bastante con lidiar con tus concupiscencias y desviaciones, y quieres saber lo que hay en el corazón del prójimo?

Tenemos que dar cuenta ante el tribunal de Cristo, sea malo o bueno lo que haya que deponer. Cada uno dará cuenta de sí mismo, pero si quieres vivir quietamente y lleno del consuelo de Dios, no entres en tantos trajines de otros, ni estés tan al tanto de los sucesos, que de una u otra manera te alteran la paz del alma.

¿Tan importante es para ti (que dices conocer a Jesucristo) tanto fragor y tantas idas y venidas por las cosas del mundo, cuando tan hermoso es tener solo la responsabilidad de contentar a Dios? Cuando quieres contentar a muchos… no contentarás a ninguno.

Si tienes muchos cuidados de las cosas del mundo que, ni te son precisas, ni puedes modificar, si no te sirve de nada escudriñar las vidas de tus prójimos,¿para qué ese ir y venir, ese indagar, esa inquietud cuando huyendo de todas esas cosas demuestras lo que amas a Dios, y lo que puedes ayudar al prójimo. De otra forma solo demuestras claramente que no amas a Dios.

Es mucho más positivo hacer caso del dicho de la Escritura: Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. (Romanos 15:1-3)

Podemos sufrir muchas cosas de nuestros prójimos, puesto que Dios soporta muchas flaquezas nuestras. Enmendemos lo nuestro, y cuando tengamos todo bajo el control del Espíritu, miremos de aliviar las de los otros si es factible y oportuno.

De lo contrario nos veremos más y más enredados en dimes y diretes, que no nos llevan nada más que a murmuración, a envidias, a malas palabras y pensamientos con respecto a otros. Nos tornamos en lo mismo que los que queremos corregir.

Hay mucha gente que no son iguales que tú, pero que poseen virtudes de santidad y amor de Dios, que tal vez tú no iguales en grandeza. No todos tienen tu modo de contemplar las cosas, y tal vez hay una intención que no conoces y que solo Dios sabe valorar aunque a ti  la obra no te parezca buena. Tal vez el que te parece malo, obró con la mejor intención o por solo ignorancia.

Cuando pecas, y lo sabes muy bien ¿desearías que Dios tomase venganza de tu mala obra enseguida? ¿Que no te diera ocasión de redimirte y arrepentirte, para por su inmensa bondad ser perdonado y restituido? ¿No, verdad? ¿Por qué pues eres tan riguroso juzgador, y condenas tan pronto al prójimo que yerra por causas que tú no conoces, que es tu hermano, y tal vez hasta ese momento mucho mejor que tú.

No olvidemos lo que dice el apóstol: Por lo cual eres inexcusable, ¡oh hombre!, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo. Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad.

¿Y piensas esto, ¡oh hombre!, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?  (Romanos 2:1 y ss.)

Dios dice claramente a los que nos apresuremos a juzgar las obras y los ocultos pensamientos de los hombres: Mía es la venganza ; yo pagaré. (Hebreos 10:30) ¿A que viene pues ese afán de despojar a Dios de oficio tan comprometido, que solo a Él corresponde. Ama a todos y guárdate  de todos,  Dios te amará y también hasta esos mismos hombres. Vivirás en esta tierra y en tu tiempo, pacífico y holgado.

A Dios la Gloria.