Confieso

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

Confieso que me gustan las cosas que a cualquier hombre normal gustan; y cuando digo normal, no me refiero al hombre corriente. Este gusta de cosas que para mí son desagradables, por no decir abominables; las cosas, no las personas. Confieso también ¿no haría falta, verdad? que tengo las mismas cosquillas que cualquiera, y que me enfadan muchas cosas que no son de exponer aquí. Es decir, yo soy de naturaleza pecadora, hasta que el seguimiento de mi maestro y redentor, Jesús, fue moldeando mi carácter; Él, de mi indómita naturaleza redimirá y perfeccionará un ser distinto de nueva creación, en otra dimensión o esfera diferente a la que se contiene en el cuerpo y alma humanos en este estadio de la vida.

 

Cuanto más procuro alcanzar la perfección, se impone enseguida el viejo hombre que esta viciado por los deseos y hechos engañosos (Efesios) y que es necesario hacerle morir en mí, para que una nueva vida (la vida de Cristo) se forme totalmente como absoluto regidor y gerente de mi persona. Una larga experiencia, que acabará cuando el Señor me reciba y, despojado de esta máscara de carne y deseos engañosos, transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas. (Filipenses 3:21)

 

Mientras, estoy sujeto a un inopinado ataque de cólera debido al temperamento, a un resentimiento por alguna fruslería, y a las cavilaciones, dudas, y vacilaciones propias del hombre viejo, que siempre patalea dentro de nosotros y se resiste tenazmente a morir. Y ando sujeto a mi naturaleza que recibí de mis padres y de la sociedad en donde el Señor me colocó, en tiempo, hora, circunstancias y ocasión.

 

Nunca agradeceré suficientemente el don de la vida, que muchos tienen como si ellos mismos se la hubiesen proporcionado. Hace poco leía sobre hombres notorios en otros tiempos; hombres movidos y trashumantes, y casi ya pasados los mil años desde sus épocas me pregunto ¿quien se acuerda de estos hombres notorios en la época y sociedad en que se movían? 

 

Como todos, ante la presencia del Dios trascendente ¿Qué quedará de su santidad ante los hombres? ¿Que era de Dios y para Dios de toda su actividad y pensamiento?  ¿Que era para Dios? Tal como ellos, en nuestra proporción, somos todos, y todos debemos dar cuenta. El hábito moderno de la impunidad, solo es una nube de humo para borrar, o al menos mitigar, la angustia existencial de los seres humanos. Y así dice La Escritura: Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego. (1ª Corintios 3:15).

 

Una historieta de mi pueblo, decía que un hombre viajaba todos los días a la capital a traer los encargos. Cuando alguien le hacía un encargo, él le decía que pusiera su encargo sobre una gran mesa que tenía para su negocio. El que le encargaba algo, le ponía el papelito con el encargo y una moneda por el importe de este. Cuando todos se marchaban, él soplaba fuertemente sobre la mesa de los papelitos, y el que se quedaba en la mesa presionado por el peso de la moneda era traído, y el que solo tenía un papelito volaba y era barrido con el resto de la suciedad del suelo.

 

Creo que es un ejemplo que viene al caso. Si no ponemos encima del encargo una moneda de nuestro amor, de obras que ameriten nuestra petición, creo que como dice el apóstol la obra de cada uno el fuego la declarará. (1ª Corintios 3:13).Así que ¡cristianos! Menos quejarnos de persecuciones que siempre nos acosarán, ¿o es que no lo dijo bien claro el mismo Jesús? y más ponerse las pilas, como ahora se dice; y a funcionar, que lo demás es cosa de Alguien más poderoso y sabio que todo lo que nosotros podamos sentir, hacer, o pensar.

 

AMDG.