Crucificados con Cristo

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.

     No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.

(Gálatas 2:20-21).

Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.
(1ª Timoteo 1:14-16). 

Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida.
(2ª Corintios 5:3-5).

 

El seguidor de Cristo no es, como piensa el común de las gentes, alguien privado de todo gozo y de todo acceso a la alegría y al disfrute de las cosas creadas. Las cosas se han hecho para el hombre. Incluso la ley, incluso la sexualidad, incluso la risa y todo lo que ha sido creado ha sido para el hombre.

Quien crea que Dios ha hecho sus obras y ha dado sus instrucciones y ordenanzas para fastidiar, tiene muy pobre opinión de Dios y de si mismo. Dios dice por medio del apóstol: A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos.

     Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna. (1ª Timoteo 6:17 y ss).

 Dios tiene palabra y orientación para todo el que de corazón entiende que, hacer su voluntad, es para nuestro bien personal y para los demás. Todo lo que se hace para gloria y honor del hombre es pasajero, fenece, y no da paz ni felicidad ni ahora ni en la esfera de la divinidad.

  Haced todo para la gloria de Dios.  Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica. Ninguno busque su propio bien sino el del otro (1ª Corintios 10:23-24 y ss). Es una gran verdad que comprobamos cada día. Los alimentos cuando son consumidos con avidez,  sobreabundancia y con abuso, opilan y ponen malestar en el estómago y el resto de las vísceras que intervienen en la digestión.

Todos conocemos a personas que gruesas y enfermas, aun se obstinan en llenar sus estómagos de comida, a pesar de ya no tener apetito sino por el prurito de comer cantidad de buenos alimentos según su apreciación. Son los tributarios forzosos de boticas, medicinas y médicos, cuando obtendrían con una adecuada alimentación y forma de conducirse paz, sueño reposado, y salud corporal sin sobrepesos ni digestivos o medicinas artificiales e innecesarias si pusieran medida en su alimentación.

Nada de colesterol, nada de diabetes, nada de bronquitis a causa del tabaco, y tantos males más como le acaecen, por un inadecuado uso de lo que Dios da en abundancia para que lo disfrutemos con equilibrio y sabiduría.

Cuando estos se enfrentan con el creyente que dosifica su alimentación (y cualquier actividad a la medida del don de Dios) solo a lo que le es necesario para su bienestar y su salud, le reconvienen y le tachan de estreñido y pacato.

Naturalmente ellos solo tienen su vida en esta tierra, y no aspiran a las delicias del Cielo, y a la paz y bienestar del que, con la presencia de Cristo en su persona, disfruta de una vida agradable, digna y morigerada.

Los cristianos, como dice el apóstol Pablo, gimen esperando su gloriosa liberación por parte del Señor, así como la de toda la Creación. Quisiéramos ser revestidos (es decir resucitados directamente en cuerpo espiritual) y no desnudados (es decir sujetos al trance de la muerte física) y eso es natural.

Pero de la misma forma que Cristo pasó por donde pasan todos los hombres, es decir, la muerte, también nosotros en solidaridad con Él, hemos de pasar ese trance, aun con la gloriosa esperanza de una vida eterna y feliz, en la Gloria del que nos precedió en los sufrimientos y resurrección.

Y así mismo lo expresa el apóstol Pablo, (el que había visto al Señor) y el que había tenido revelaciones inefables: Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos.

     Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos.

Porque asimismo los que estamos en esta morada terrenal gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados,(muertos) sino revestidos, (arrebatados al Cielo) para que lo mortal sea absorbido por la vida. El que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. (2ª Corintios 5:1 y ss.)

El ser humano ansía la inmortalidad, y es destacable los esfuerzos que muchos hacen artificialmente mediante la “ciencia” humana para pervivir después de la muerte. Esos esfuerzos que rozan lo ridículo son la muestra evidente, del vano y costoso esfuerzo del que busca la inmortalidad sin contar con Cristo.

Por que solamente la muerte de Cristo, y con ella la muerte del creyente al pecado y al mundo, es garantía cierta de trascendencia grata, y en compañía de los santos que nos precedieron.

Las gentes viven descuidadas y solo miran lo que hay de humano y errado de las obras del cristiano, y no la doctrina y hechos de los buenos, pero la palabra de Dios es para todos, y así dice el Apóstol: ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?

Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras.

Vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia;

Tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el gentil, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al gentil; porque no hay acepción de personas para con Dios.

Todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados.

El apóstol Pablo se atreve a decir que él es el primero de los pecadores, puesto que había recibido más revelación que los demás. La responsabilidad del cristiano proviene, principalmente, del desprecio que se tenga de la obra de Cristo en Su vida y en Su cruz.

Pablo dice claramente (atención) que: murió asimismo por mí. NO dice por nosotros siendo esto último tan gran verdad. Pablo sabía que aunque solo hubiese sido para salvarle a él, Cristo se hubiese entregado también.

Esta sólida convicción nos ha de mover a los creyentes, en la conmovedora convicción de que Cristo no solo murió por todos los pecadores, (que así fue) sino por cada uno de nosotros, aunque hubiésemos existido y desobedecido solo uno de nosotros.

No carguemos sobre los demás el pecado nuestro, ni diluyamos nuestra responsabilidad (ni nuestro privilegio) en el amor de Cristo por todos nosotros. Cristo murió por mí… y por ti. No solo le debemos gratitud colectiva, sino cada uno la que particularmente le corresponde, en orden a su beneficio personal. La relación mía y tuya individualmente con Cristo, nunca deja de ser personal e intransferible entre tú y él. Entre Él y yo.

Demos gracias por ese honor y ese inconmensurable amor demostrado, y seamos consecuentes en nuestro ejemplo, conducta, y relación con aquél que tanto me amó y todo lo dio por .

A Dios la Gloria.