El horror de las consecuencias

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

He visto a chicas de más o menos quince años, llorar y taparse la cara por vergüenza y miedo, ya que las gentes que allí estaban, las miraban con socarronería y hasta con lujuria de algunos, porque aunque la clínica no era claramente abortista, se sabía que los perpetraba. Aquella era una clínica privada y cara, por lo que las chicas que iban a abortar eran de acomodada familia en lo económico, y normalmente en lo cultural.

 

Y a ti, abortista te digo: esa vergüenza y ese dolor te lo deben a ti, que con tu posición ante la legislación has hecho que una jovencita inocente y ardiente como es propio de su edad y el ambiente que las rodea, cabecita loca como todas a esa edad,  romántica y curiosa, cayera en la tentación de hacer lo que aun no era hora de hacer. Si hubiese estado casada, llevaría su embarazo con orgullo porque es don de Dios, pero allí estaba como figura de un vivo dolor que ya la acompañaría a lo largo de su vida.

 

Esas legislaciones apoyadas por ti, han desarrollado la inmoralidad más vergonzosa; si una mujer pierde la reserva propia de su sexo, la vergüenza y el respeto por sí misma, se ha convertido en ración para los chacales que pululan por donde huelen cachorritos indefensos.

 

Jamás se os podrá perdonar ese siniestro pecado en que habéis incurrido, haciendo de vuestras propias hijas inocentes, como parvulillas que son en estos trajines, en pintarrajeadas figuras atravesadas por pircing, pintadas como prostitutas, y mendigando lo que por derecho les pertenece, esto es, un varón que la ame, la defienda, y la proteja a ella y a su prole.

 

Habéis metido en las cabecitas temerarias de la juventud, los contravalores más repugnantes, que hacen de la mujer un montón de carne más o menos apetecible a los machos lujuriosos e irresponsables, que más tarde no quieren (porque quizás no pueden), hacerse cargo de lo que antes decían que amaban como a su propia vida, y todas esas ternezas que a una chica no pueden dejarla indiferente; Todas esas cosas que se sienten, o se fingen en la dorada juventud. Ahora ya priva la comodidad; el embarazo en lugar de ser un episodio gozoso y digno de celebrarse con las enhorabuenas de todos, entre bromas y amor de amigos y parientes, se ha convertido en un caso inoportuno y despreciable.

 

Ya no se celebra el embarazo con deseos de salud y buen fin del nacimiento, sino que es algo abominable por causa de las falacias metidas a tornillo en los cerebros blandos y esponjosos de la juventud, que antes tenía como meta objetivos tal vez bellamente inalcanzables, pero maravillosos que llenaban las vidas de los jóvenes. Ahora solo quieren juerga, bebida, lujuria desatada y sin control, drogas, ocio y absoluta falta de respeto da lo que desde siempre, cristianos o no, han hecho la grandeza de las naciones; honor, buena fama, formalidad, reciedumbre, etc.

 

Dios no se queda con nada de nadie, y en el pecado lleva la penitencia la pobre chica que se ve abocada a la vergüenza del aborto. Yo te digo a ti, joven embarazada. Por cualquier causa que no quiero ni debo juzgar, estás embarazada. Ponte en contacto con gente generosa y comprensiva  (que la hay), y no te entregues en las garras de lo políticamente correcto, ni a la opinión de las que son «más listas que Cardona». Ten tu hijo y exhíbelo con orgullo, porque una vez lo tengas en tus brazos, experimentarás las alegrías y la realización de tus ansias juveniles.

 

En el nombre del Dios vivo y verdadero, te animo para que te entregues a Cristo, y ya verás como tu vida se ennoblece y adquiere dignidad y orientación. Lo demás, es paja inútil y pasajera.

 

Dios te bendiga y dé valor.

 

Y a mi me perdone por decir las cosas con la indignación que las digo

 

En su misericordia me refugio y me confío.