De los que buscan grandezas

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos.

    El les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados;

pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre.

    Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los dos hermanos.

     Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad.

     Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor,

     y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo;

    como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.

(Mateo 20:20 y ss).

 

La pretensión de muchos de ser honrados y elevados a altos puestos de poder en la Iglesia es causa de muchas disputas disensiones y malignidad de los pensamientos entre hermanos. ¿Cómo sabiendo que no somos nada y que los dones que usamos los tenemos de Dios, y que no somos nuestros, nos atrevemos a desear puestos de relevancia antes de haber puesto a prueba nuestras virtudes cristianas?

Los ancianos (presbíteros)de la antigua Iglesia eran personas de veteranía y conducta ejemplar, que eran reconocidas por todas las congregaciones que fueron surgiendo, a medida que los apóstoles, y en especial San Pablo, iban plantando iglesias locales.

Solo había un título y este es el de servidor. Lo establece Jesús con su palabra y su ejemplo incontestable. Este título avala al que atiende la congregación con amor y temor de Dios y a imitación del maestro pone su vida por las ovejas. No es ninguna diversión ni un puesto de gran honor delante de los hombres, sino el que se haga merecedor por el servicio a Dios en los hermanos.

Quien se cree bueno, y trabaja ansiosamente para conseguir una preferencia en la Iglesia de Cristo no se conoce bien, pues ese afán demuestra que se cree superior a los demás y que él es quien ha de avalorar sus méritos y no Dios.

De aquí que cuando Jesús ve que unos desean ser preferidos y elevados sobre otros, les dice una verdad que deja escalofríos al que por algún motivo tiene el cargo de una comunidad.

A la pregunta en la que expresa cual será la situación: No sabéis lo que pedís la respuesta es tajante: si podemos. Bien, eso es muy atrevido, aunque parece por la concisión de la respuesta que parecen decididos. Estos discípulos están dispuestos a todo lo que pueden imaginar que han de sacrificar a esta aspiración, y por parte de Jesús se les confirma que la copa que Él beberá la han de beber ellos. Pero ellos no sabían hasta que punto era terrible el cáliz que Jesús había de beber. La humillación que había de soportar, y los tormentos físicos y morales que había de sufrir.

Muchos de los que quieren conseguir honores y prelacía en la casa de Dios no es solo porque no conozcan las palabras de Jesús, sino que las ignoran voluntariamente, y así lo hacen notar en su actitud. Quieren ser predicadores, aunque sepan que no están suficientemente preparados y, para eso, ha de pisar a los demás hermanos sobre todo a los más idóneos, y que claro está pueden ser sus más fuertes rivales.

Quiere ser persona consejera, aunque para ello tenga que obligar a las gentes a su cargo a declararle todo lo que él quiera saber sobre sus vidas. Desde ese momento ejerce una presión y soberanía sobre los que están a su cargo, cuando el apóstol Pedro dice taxativamente: Apacentad el rebaño de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la congregación. (1ª Pedro 5:2-3).

La ambición debe ser totalmente descartada del andar del cristiano. Todo el que busca honores y dignidades está haciendo un flaco favor a la Iglesia de Dios, provoca herejías y malos sentimientos, y en fin, genera injusticia en donde esta debe ser el preeminente resultado del amor y no de la ambición.

Estos estados del alma en las personas que obran así, son propios de gentes que buscan en su ejercicio una recompensa que no es precisamente espiritual, puesto que solo quieren halagarse con su pretendida importancia. Y así nos dice claramente la Escritura: Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor.

  Pero Él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve.

    Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve. (Lucas 22:24 y ss). Escuchemos atentamente, sigamos a Jesús y nunca fallaremos.