Inefable amor de Dios

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

Hace mucho tiempo que vengo bregando con mis amigos creyentes, y tengo que decir que aunque he recogido esplendorosas y emocionantes experiencias, también gran cantidad de decepciones; siempre la misma cantinela ¿de ellos o de nosotros? Como si la salvación fuera cosa de nuestras preferencias o simpatías. ¿Y, porqué me pasa esto?

 

En primer lugar porque «no me he metido a fondo en sus calcetines», y en segundo lugar, a mi parecer, porque he olvidado frecuentemente el factor clave de la naturaleza caída de todos nosotros. Somos lo que somos, de tal manera que ser optimista en el sentido de la bondad innata del hombre, es especular con nuestro caletre lo que ya está suficientemente expresado en la doctrina de Jesús, En La Biblia, en la doctrina de La Iglesia, y de todos los grandes hombres que en el cristianismo han sido.

 

La depravación moral del ser humano, es una constante que no se separa de nuestra experiencia diaria y como supremo argumento entre cristianos, el hecho de que para rescatar a algunos tuviera que hacerse a través de tan enorme sacrificio, como lo fue el de Cristo Jesús. Él no murió por pequeñas bagatelas y rencillas para dejar claro el que «se lleva el gato al agua» en vulgar expresión; por esas bagatelas hoy, más que nunca, porfiamos queriendo todos tener razón, cuando la única razón que hemos de tomar en cuenta es el AMOR que el Padre demostró.

 

Amor que se mostró de tan terrible manera que tuvo que ser mediante agua y sangre: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Juan 3:16). Y nosotros ante estas manifestaciones de Dios nos dedicamos a establecer quien es más listo, o más espiritual, o más valiente para porfiar. Para eso no murió Cristo. Murió por todos y para todos y su elección y llamamiento como expresa Pablo es para acudir a Él y entregarnos de forma total y gozosa. Somos tan necios a veces, que no nos damos cuenta de la obra que Dios ha provisto para atraernos a Él, y regalarnos con Cristo la vida eterna: quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, (2ª Timoteo 1:9).

 

Pero, equivocadamente, yo esperaba que la gente se portara con generosidad, con entrega al mandamiento, con altruismo, etc. cuando solo con examinarme yo, aunque sea casi superficialmente, podría entender claramente como somos todos, y lo que Dios tuvo que hacer en su amor para que pudiéramos ser hijos de verdad, y de La Verdad. Pero seguimos ternes en la carne, cuando a estas alturas deberíamos estar siempre llevados por el Espíritu Santo a las más altas cumbres del Padre.

 

Es que la ordenanza de Jesús: Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen, (Mateo5:44) la tenemos olvidada; la comprensión del punto de vista de los demás, es "casus belli" para todo el mundo. Está contraindicado porque todos quieren beligerancia. ¡Es de ellos! Y ya lo atamos  a la hoguera sin más. Al contrario que lo que mandó el divino Maestro. ¿Como nos vamos a comprender nosotros si no comprendemos los errores y deficiencias de los demás? ¿Como vamos a perdonarnos a nosotros mismos cuando somos iguales?

 

Escribir con alguna comprensión o deferencia hacia los adversarios y hasta de los correligionarios, parece que está sumariamente descalificado por los mismos que tendrían que estar bien impregnados de amor y consideración, que por cierto se reclaman para ellos, con a veces palurdas llamadas de ¡comprensión y respeto! para con ellos; y eso lo piden, ¡lo exigen! a los demás, cuando ellos no lo dan ni en una mínima porción.

 

Jesús dijo que: Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es. (Marcos 9:40) Pero nosotros somos peleadores y así no acude la solución a tanta pugna y tanta descalificación entre cristianos de distinta profesiones. Eso sí, nos mostramos muy respetables y muy religiosos, pero en nuestro corazón no habita el amor, y no seguimos aquella maravillosa afirmación y acicate que Pablo apóstol nos dejó para nuestro estímulo y consuelo: Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. (Efesios 5:1). Piénsese en esta llamada, y que cada uno se haga su propia catarsis.