Amores y peligros

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

            Era un tiempo de amores, y aquel chico era un ejemplar de mozo. Guapo, alegre, talle fino y con una buena cultura que le hacía el receptor de las preferencias de las chicas de su entorno.

 

Un día, un amigo mayor que él se compró un automóvil modesto, pero bastante bonito, y como Jacinto (que así se llamaba el joven de nuestro cuento) era simpático y decidido, fue invitado por su amigo a probar y disfrutar de un paseo, y de paso visitar la ciudad cercana.

 

Todo fue muy bien y lo pasaban de maravilla, cuando en un bar entablaron conversación con un señor que estaba de paso por allí. Era un comerciante de bebidas alcohólicas  que viajaba frecuentemente, por lo que estaba sobrado de experiencia y de malicia.

 

Cuando contempló aquel grupo de jóvenes, todos menores de dieciocho años, se dispuso a llevarles a divertirse a un lugar que él conocía muy bien, y les invitó prometiéndoles que él se haría cargo del gasto, si alguno no tenía suficiente dinero para costearse los placeres a los que los había invitado.

 

Fueron todos animados, y animándose unos a otros con bromas y bravatas, hasta un lupanar. Se entregaron a toda clase de depravaciones, empujados por el comerciante, que se complacía en verles caer en sus más bajos instintos, llenándose de bebidas y sexo.

 

Jacinto se negó en principio a ir con todos, pero como el auto no le pertenecía, y no tenía dinero para volver sin aquel medio, fue con ellos aunque no quiso intervenir en aquellos actos, a pesar de las burlas de sus amigos, las incitaciones del adulto, y las risas y provocaciones de la mujerzuelas.

 

Al final salió. Afrontando lo que él consideraba un descrédito ante sus amigos, les dijo que les esperaría en un bar cercano. A la vuelta siguió padeciendo aquellas burlas, y a pesar de que iban todos bebidos, acabó el viaje sin otras consecuencias.

 

Las consecuencias posteriores se manifestaron al cabo de un tiempo. Dos de los amigos murieron antes de cumplir los treinta años, y el tercero no pudo casarse a consecuencia de la enfermedad adquirida en el lupanar. Para más agravante no pudo declarar a sus padres aquella aventura fatídica, por temor a la reacción de estos.

 

Hoy, Jacinto, conoce bien que esta aventura no es un ejemplo para exponer como regla general. Hay casos menos extremas, y otros más graves aun. Pero cuando pasados más de veinte años y con los dos amigos desaparecidos prematuramente, otro de aquellos amigos le dice que tiene que orinar a través de un tubo insertado, no puede por más que darse cuenta, de lo verdadero que es el consejo de los proverbios bíblicos.

 

Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre. Y no desprecies la dirección de tu madre. Porque adorno de gracia serán a tu cabeza. Y collares a tu cuello.

Hijo mío si los pecadores te quisieran engañar, no consientas.

Si dijeren: ven con nosotros.... Proverbios 1:8 y ss.)

 

No vayas bajo ninguna condición, provocación o apetencia. Guarda el mandamiento y el mandamiento te guardará a ti. No hay preventivo para el cuerpo ni para el alma en estos asuntos. Guardate tú y Dios también te guardará. Él está siempre presente y dispuesto a ayudar a los que en Él confían. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece, dice San Pablo. (Filipenses 4:13)

 

Hoy este joven, ya mayor, contempla las cosas desde la libertad de los hijos de Dios, y goza de una buena posición anímica placentera y da gracias continuamente, porque sin el temor de Dios y la convicción de su buen consejo, él también estaría ya como todos los que le acompañaron. Bien sabe desde la perpectiva de los años que: El temor de Dios es el principio de la sabiduría, Y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia. (Proverbios y Salmos).

 

AMDG