Sed imitadores de Dios

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados.

     Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.

     Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos;

    ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias.

    Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios.

     Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia.

     No seáis, pues, partícipes con ellos.

     Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz

Efesios 5:1 y ss.

 

Es costumbre entre cristianos en general dar poca importancia a la forma de expresarnos, y así se llega por una parte a extremos que presentan al creyente como alguien ovejuno y farisaico, o por el contrario, se entregan a bromas y expresiones que sin ser malas absolutamente, sí son impropias, como el apóstol Pablo dice en el texto con que encabezamos este escrito.

 

No hemos evaluado aun, correctamente, lo que Pablo nos significa y exige, que es ni más ni menos que ser imitadores de Dios, es decir, seguir fielmente sus rasgos de misericordia, justicia, amor, poder, y los demás innumerables grandezas que existen sin límite en Su Majestad. No es  menor la humildad con la que se relaciona con nosotros, aun siendo ante Él menos que nada.

 

Pablo nos llama, en el conocimiento de Dios, a conformar nuestras vidas a los pasos de Cristo. Es alguien inimitable, y sin embargo el apóstol nos exhorta a remedarle. ¿Por qué? Porque solo ante ese altísimo listón podemos nosotros comparar nuestros alcances, y así hacernos ver y desear su humildad y su poder. Solo se nos pide el esfuerzo de conocer la vida del Salvador y seguir sus pasos. Nuestra debilidad y torpeza, no es óbice para que nos esforcemos en imitarle.

 

Nuestra torpeza, si está dirigida a escuchar a Cristo y los misterios del Espíritu Santo, es mejor que la mayor inteligencia dirigida a las cosas del mundo, que son pasajeras y de una completa inutilidad. Por simples que seamos, hay incomparablemente más provecho y consuelo en atender e imitar la vida de Jesús, que el más inteligente conocedor de misterios y asuntos de la vida terrenal.

 

Cuando de veras y sinceramente, tengamos dudas sobre nuestro andar en la vida de piedad, solo tenemos que mirar a Jesús y atender sus palabras para encontrar, instantáneamente, la respuesta a las más abstrusas preguntas sobre como hemos de comportarnos en esa imitación de los pasos de Cristo.

 

La vida y palabras de Jesús son suficientísimas para resolver toda cuestión que sinceramente nos impongamos a nosotros, en relación con nuestra vida espiritual. Lo demás es bueno o malo, pero la vida de Cristo y su comportamiento como hombre, es nuestra meta y nuestra guía

 

Si buscamos aplauso y ser honrados por las gentes, es señal inequívoca de que no estamos en el camino de nuestro buen y gran Señor. Es fácil decir, como tantos hacen, que uno es cristiano y a la vez querer ser reconocido como tal (cuando conviene). Pocos son los que se conforman con su vida y doctrina, de tal manera que hasta se adaptan a las vicisitudes del momento, para no contrariar a los paganos muchos de los cuales se nombran a sí mismos cristianos.

 

Si amamos lo que el despreció y damos de lado a lo que él hizo y sufrió, estamos teniendo a Dios por ignorante y al mundo por sabio y bueno. Eso no es lo que nos enseñó el divino maestro, que desde el pesebre en que nació, hasta la cruz en que murió a manos de hombres semejantes a nosotros, hizo y habló para que nuestra salvación y rescate fueran posibles.

 

Cuando deseamos vehementemente ser reconocidos y alabados por lo que hagamos, (malo o bueno) no estamos en la onda de Jesús, y solo estamos dando honor y placer a nuestra vanidad y a nuestro vano orgullo.

 

Si las cosas del mundo y sus pompas fueran provechosas y buenas para nosotros no hubiera, en su amor, mandado el Heredero de la Gloria que las despreciáramos. Tengamos firmemente por ciertas las palabras de Jesús de una buena vez, y conformémonos a sus pasos. Así nos irá mejor que bien y tendremos paz gloriosa y eterna.