Críticas y acechanzas

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

Es, a veces intolerable, la posición de muchos que me escriben con animosidad, y quieren que les detalle mi opinión o fe en muchas de las proposiciones de la fe cristiana. Ese llamamiento a la definición, quiere decir que los que preguntan solo desean ubicarte en algún grupo, como si estar en un templo o pertenecer a algún grupo fuera la manera de demostrar si estás o no en la fe cristiana, según muchas de estas personas piensan que ha de ser.

 

Yo suelo contestar de forma evasiva, porque los que escriben en ese plan solo desean intervenir en mi fe; no desean saber y compartir misterios o formulaciones, sino establecer en su mente si pueden considerarte cristiano (si estás en su misma onda), o despreciarte si no lo estás. Eso sucede con casi todos mis correspondientes de todas las denominaciones, cada cual con su rollito. Yo no me inmuto, y miro la manera de hacer de Jesús cuando lo consideraban alguien fuera de religión, siendo como era, el mejor guardador de La Ley de Moisés.

 

Soy un anarquista de alma, como lo fue Jesús; le atosigaban con preguntas que solo trataban de situarle en una situación embarazosa, para sorprenderle en alguna herejía en la religión judía. Nada de aprender, sino ganas de polemizar. Jesús les dio muchas largas, hasta que ya le preguntaron directamente ¿Eres tú el Cristo? Y ya, tuvo que decirlo; no podía negar su afiliación divina. Y como esta cualidad no encajaba con sus mentalidades pobres y mal intencionadas, ya pensaron matarle, porque pensaban que aquel hombre prodigioso les podía quitar seguidores.

 

Hacerse juez de los hermanos es una fea, feísima, forma de conducirse por muchos cristianos, ignorando que el Señor mismo tenía una forma superior de ver las cosas de Dios Padre; nada de lo que dijera podía convencer a aquellas personas, sino precipitar sobre sí el resentimiento y la hostilidad, ya física. Esto sucede ahora y sucedió al apóstol Pablo, que tuvo que decirles con ironía: ¿No he visto al Señor? como base para hacer notorio, que lo que decía era tomado directamente de la revelación de Jesucristo.

 

El mismo Jesús, dijo cuando ya el acoso que padecía se materializaba en el propósito de apedrearlo; muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis? (Juan 10:32) Y ellos, encerrados en una manera pedestre y sin alma de entender la vida de Dios, no comprendieron, y solo pensaron que aquel insumiso y extraordinario hombre era un competidor y un agitador. Y realmente en eso sí acertaron, porque bien que agitó el mundo hasta hoy. Millones de personas son sus seguidores, y los discípulos, a pesar de las persecuciones, extendieron su mensaje por todo el mundo, entonces como hoy, a pesar de no encontrar nada más que incomprensión, pobreza, y persecución por parte de casi todos.

 

El mismo apóstol Pablo tuvo que retar a los discípulos, que lo menospreciaban a causa de su humilde entrega al servicio de todos: ¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad? (Gálatas 4:16) Aquel hombre, a pesar de que estuvo en cárcel, fue preso y muerto, apedreado, despreciado y perseguido, siguió mientras tuvo vida, plantando las iglesias primitivas con tesón y sin desmayar, aun teniendo muchos motivos, como Jeremías, para maldecir su suerte; él siguió siempre, abriéndoles el entendimiento a los cristianos con sus palabras y su amor, y a los que lo aprehendieron su testimonio de Jesucristo. Su lamento de amor, surgió de un testimonio que no podía ser negado por ellos.

 

Y así pudo exponerles a los que dudaban de su actuación por la envidia de los que querían suplantarle: De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez;  y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno? (2ª Corintios 11:24 al 29).

                                                                                              

                                                                                               Cuando tú metes las manos

                                                                                               En cosas que no te incumben,

Te haces juez de los hermanos,

Y urdes que se derrumben.

 Rafael Marañón

 

AMDG