Niños para Baal Moloch

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

Ha llamado poderosamente la atención mediática, el error de una joven enfermera en la manipulación de unos tubos que alimentaban a un neonato de 28 semanas, y que ha provocado la muerte del recién nacido. Todos los medios afines a la oposición política en esa autonomía, han destacado el caso en tremebundos titulares con la consiguiente carga de politización. Malo cuando se utilizan estos casos para ganar crédito ante la sociedad. 

No es cuestión de insistir sobre el debate levantado sobre la eutanasia y el aborto. Ya está suficientemente explicado con puntos y comas. Yo insisto en que el ser humano ya está formado con todas sus características genéticas desde que es concebido. Hablar a estas alturas, y rasgarse las vestiduras con este desgraciado caso, cuando con más tiempo de concepción los fetos son asesinados en el vientre de su madre, es demasiado patético.

 

Lo que ocurre es, que a los convencidos de la maldad de estas practicas abortivas, nos reafirma en nuestra legítima forma cristiana de enfocar este asunto del aborto. La diferencia de estar en el vientre de la madre o fuera, establece el que un niño pueda ser asesinado o ser objeto de una tremenda conmoción mediática y sobre todo política.

 

¿En que situación quedan los que sostienen que el aborto es algo que se puede hacer impune y libremente, y además alentado o férreamente impuesto desde los poderes públicos? Estos pretenden que se realice sin cortapisas y masivamente, a costa del sistema de salud español. Por supuesto las “clínicas” abortivas, que se harán claramente matadero de personas, harán su agosto amparadas y promovidas por la ley que permitirá tales cruentas muertes de seres humanos que son ciudadanos de nacionalidad española.

 

Manejar políticamente como se hace por todos, no es nuestro propósito al escribir estas líneas. Solo que nos oponemos en nombre de Dios, a que se  realicen tales practicas en nombre de una mayor libertad de las mujeres (ahí si hay política), o de otros supuestos tan comprometidos como se quiera, pero que invariablemente desembocan en la muerte de seres humanos indefensos, con alevosía, ensañamiento, y a plena luz pública, y con toda libertad por parte de los infanticidas.

 

Esta hipócrita devastación, se hace porque se tiene la percepción de que el no nacido mientras está en el vientre de su madre no tiene ningún derecho, y solo cuando respira aire es cuando adquiere (instantáneamente) los derechos que tanto han proclamado los que han criticado de forma descomunal el error humano de una pobre enfermera que ha llevado a la muerte del neonato.

 

¿Pues qué? ¿Un niño en el vientre de su madre es una estopa, y cuando nace, es inmediatamente sujeto de terribles polémicas? Se consienten y estimulan a concebir y a matar al fruto de los vientres a ciudadanas españolas  por la causa que fuere. La vanidad y absoluta falta de razón, se obvia con la muletilla de la libertad. Se ufanan de reducir accidentes en la carretera (y está muy bien), y se matan a las criaturas que ya poseen desde su concepción cuerpo, alma y espíritu. (1ª Tesalonicenses 5:23) Es decir, su estancia en el cuerpo de la madre respirando por la placenta, o en la atmósfera  ¿establece esta brutal diferencia?

 

Si se prescinde de Dios en los asuntos humanos, inevitablemente llega de consuno el castigo correspondiente. Malthus se equivocó como se ha demostrado históricamente, y ahora se equivocan también; solo el concepto cristiano de la vida y las normas consecuentes, da en la diana como es natural cuando se poseen las primicias del Espíritu Santo, y se hace honor, contra toda marea, a los postulados de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Toda autoridad.

 

Pobres niños que sujetos

A un desamor criminal,

Son llevados a Moloch

Y puestos sobre su altar

Para quemarlos mejor.

 

 

Este escrito refleja mis propias convicciones. No refleja ninguna postura oficial por parte de nadie. Solamente me concierne a mí. No introduzco la política, sino que expongo hechos y mi personal opinión.

 

Rafael Marañón