División

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

Una vez que se ha podido establecer, de forma elemental, la maravilla de la Gracia de Dios para con todos los hombres, hay que hacer una ligera e insistente reiteración en el asunto de la ortodoxia y la unidad. Bien es verdad que esta unidad tiene infinidad de interpretaciones, pero hay que mentalizar las palabras de Jesús: Si un reino está dividido contra sí mismo, tal reino no puede permanecer. (Marcos 3:24) y actuar en consecuencia. No son tiempos de discutir y que nos cojan como a los de Bizancio. Es tiempo de unidad y valor.   Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. (2 Timoteo 1:7).

La Iglesia de Jesúcristo es solo una, y todos tienen que atender a esa necesidad de ser como decía San Pablo: Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión.  (Romanos 12:16). Es una orden concreta del apóstol, que la había recibido del mismísimo Señor Jesús. Esa unanimidad, debería ser un objetivo prioritario para que la doctrina de la fe sea siempre igual para todos. Un emperador romano daba una contraseña a su ejercito; ecuanimidad.

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Durante años, he contemplado divisiones de todos colores; algunos aprovechando la dispersión de la fe cristiana se han dedicado a enriquecerse, con abuso y mixtificación del mensaje evangélico, manteniendo las supersticiones de la más baja estofa para engatusar a los que, inocentemente o no, se adhieren a sus maquinaciones. Esto resulta vejatorio para la fe cristiana verdadera, por lo que la utilización de la Biblia para esas artimañas es sin duda alguna condenable.

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Es imposible conectar a la Iglesia con estas majaderías, que enriquecen a los desvergonzados que las ejercen, y sacan de la verdad a las gentes que acuden. El Evangelio no puede ser vulnerado, y menos por los que se dicen cristianos y son “sinagoga de Satanás”. Ya el Papa ha hecho una declaración, llamando hermanos separados a protestantes, evangélicos, etc.; a los que se dicen cristianos y no creen ni proclaman la divinidad de Cristo, no es posible incluirlos en una acción ecuménica.

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Gentes sin escrúpulos que ensucian y dispersan a las ovejas, no pueden tener parte con los que de una forma u otra y con diligencia y acción, promueven la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Así dice el apóstol Pablo: Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos (Efesios 4:1 al 5).

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Sobre esto, hay mucho que hablar y ajustar para que sea posible la unidad, cuya ausencia avergüenza a todo el que de veras ama a Cristo y quiere ser uno con Él y con el Padre. Unidad no quiere decir uniformidad ni subordinación, sino ir todos a la fuente de la Escritura, centrarse en Cristo, y dar con la solución de este problema, que entristece a Dios y a los hombres que de veras le aman. Ya en estos momentos ha habido relación de hermandad entre la Iglesia Católica y la Ortodoxa, apartando las desconfianzas que había cuando nadie hacía un solo movimiento para la unidad. Ahora vemos que con paciencia y amor a Dios y a su Cristo, todo es posible.

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El Padre y Cristo son Uno

Todos nosotros también

Si somos hombres de bien

No habrá conflicto ninguno.

 

No nos sirve de consuelo

Creer que somos mejores

Que los hermanos peores,

Pues ante Dios somos duelo

 

Y ya que Dios nos dio luz

Por medio de Jesucristo

Para todos es su cruz.

 

Para todos es su vida;

Hazte tú pobre con Él

Y ganarás la partida.   

     

Rafael Marañón

 

AMDG