De lo bueno que es callar

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Pero sea vuestro hablar: sí, sí; no , no; porque lo que es más que esto procede del maligno

(Mateo 5:37

todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse, porque la ira del hombre no hace la justicia de Dios.

Pero sed hacedores de la palabra y no tan solamente oidores,

engañándoos a vosotros mismos.

(Santiago1:19 y ss).

 

La lengua según el apóstol, es un arma terrible que hace más daño a veces que el peor de los actos pecaminosos. Es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. (Santiago3:6) Toda la creación puede ser dominada, animales, cosas y hasta grandes fuerzas de la naturaleza, pero la lengua es ¡ay! muy difícil de controlar. Dichoso el que la usa solo para lo bueno y edificante, y no para crítica y burla. Es el dominio de la lengua el mayor dominio que el hombre puede ejercitar.

Todos somos reos del pecado de la indiscreción, de la palabra ácida, de los comentarios y juicios hacia otros. En el mucho hablar hay mucho peligro de pecar contra otros, y la jactancia suele invadirnos. Es cierto que esto ya estaría en nuestro corazón antes de expresarse por palabras, pero es la palabra la que daña de forma terrible, aunque a veces no nos damos cuenta de ello.

Sin dominio de la lengua, estamos abocados a las peores disensiones y a los peores ultrajes a los demás. Solo teniendo conciencia de la importancia del hablar con edificación, seremos capaces de ejercer el maravilloso arte de hablar con cordura y verdad.

Dice Jesús que a todo hombre le será pedida cuenta de toda palabra vana, lo que es muy grave para los que tengamos ligera la palabra, y prontas y sin meditar las respuestas. Dice el Señor que de toda palabra vana, le será pedida cuenta en el día del juicio, sin mencionar si esta es buena o mala.

Si pues tan grande peligro es hablar innecesariamente ¡cuanto más será perverso el hablar malintencionadamente! Y cuanto de inútil y perjudicial para todo es hablar para que los hombres aprueben, o de oír para que te consideren.

Y esto nos trae a los juicios temerarios, y a las protestas cuando nuestras palabras no son escuchadas y aun cuando son motivo de burla o de desprecio. Hasta las palabras que llevan buena fe, tras una buena conversación pueden, de ser eficaces, traernos al orgullo y a la creencia de que somos algo importante.

Cuando murmuramos de algo que realmente aparece como malo debemos ser muy parcos en este juicio de los hechos, pero solo en la medida en que las palabras que salgan de nuestra boca, van a ser de bendición y utilidad para el caso de que se trate.

Gran virtud es callar cuando nuestro corazón nos dice que hablemos; cuando la ira nos pone en la situación de proferir palabras de reproche es casi imposible callar, pero el Espíritu de Cristo nos da fuerzas para hacerlo. Ese es el inmenso poder de Cristo, cuando vive en nosotros.

Tengamos como amigo a Dios en el trance inevitable de la muerte, y demos por dicho lo que hemos callado. Solo el que puede hablar de forma oportuna, puede pronunciarse sobre las cosas de los hombres. Si tenemos la valentía de seguir el ejemplo de Jesús, nos gloriaremos en la vida eterna con él.

Muchas veces hablamos sin pensar en lo que decimos, y además cobardemente y sin tino, pues siempre suelen decir los murmuradores que ellos se habían enterado por un tercero. A veces callar es heroico, y otras veces sublime.

Si somos valientes para hablar, seamos también valientes para callar. Ser bueno es ser valiente. Y ser benigno y mirar con ojo bueno los extravíos esporádicos de los demás no es asentir a una cosa mala, pero si comprender que todos no somos fuertes, ni estamos libres de ofender.