¿Con quién hablar?

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

Se por experiencia que hablar demasiado no es buena cosa, y así lo he tratado de explicar siempre. Pero no confundamos el mucho hablar con el dialogar, pues son cosas muy similares aunque profundamente distintas. El charloteo, y la mezcla de temas sin propósito y sin base son detestables. Conviene en ese contexto abandonar la palabra cuanto antes, porque es fácil caer en extravíos y conceptos que disgusten al interlocutor.

Otra cosa bien distinta es la conversación sana y provechosa, para el que escucha y para el que habla. Es ofrecer un dialogo y un intercambio de ideas fructíferas, de las cuales salen los interlocutores informados y conocedores de facetas o matices que no habían ponderado antes. Es pues algo deseable, cuando se sostiene una conversación con personas de buen entendimiento y de buen carácter.


El problema a estas alturas de la modernidad es que gentes que, por los adelantos técnicos y los medios de comunicación, tengan una visión tan corta de la realidad o estén tan sugestionados por estos medios, que su pensamiento sea una réplica de lo que leen sin haberlo sometido a contraste o meditación. Tan es así que cuando se habla de alguna cuestión de pura cotidianeidad, las gentes carezcan de criterio o de alguna clase de pensamiento autónomo.


Bien sabemos que somos hijos de nuestras circunstancias, y que estas influyen poderosamente en nuestras opiniones, pero siempre (creo yo), filtradas ya de los acicates de la opinión general, muy respetable y todo eso, pero realmente carente de sostén científico, filosófico y ya no digo el religioso.; esto último sí, que tiene vertientes en cada uno de los interlocutores, para todas desembocar en el mismo lago de la desinformación y las injurias pertinentes, como si solo los religiosos fuesen malos, y los demás altruistas y generosos.

Las conversaciones resultan estragadas y llenas de lugares comunes, frases hechas, y muletillas fijas, y de ahí no salen por mucho que trate uno de acercarse a su pensamiento, o exponer el propio. El comentario zafio, es tan vulgar y repetido que a veces uno se dice a sí mismo. ¿Para que hablar o estar con esta persona, si no puedes hablar, y lo que te dice roza la aprobación de la injusticia, aunque no se canse de hablar de ella. ¿Qué provecho tiene, seguir debatiendo?



Así que, solo queda un monólogo algo triste con uno mismo, y por ello siempre me producen tanta impresión las SOLEDADES de Lope que decía.



A mis soledades voy

De mis soledades vengo

Porque para hablar conmigo

Me bastan mis pensamientos.



No sé qué tiene la aldea

Donde vivo y donde muero,

Que con venir de mí mismo

No puedo venir más lejos.

Lope de Vega



Así pues ¿con quién puede uno hablar? En mi amado país, cada uno es un filósofo, cada simple un teólogo, cada cual un político, sin tener la menor idea de política, de teología, o filosofía. Todos nos atrevemos a tratar de asuntos de los que no sabemos nada más que breves esbozos embrollados, o lo que nos quieren decir los medios afines a nuestros gustos, y no existe la menor señal (algo muy español) de autocrítica personal, o de atención a otras posibilidades del conocimiento. Lo que es verdad es lo que yo sé; ese el corolario final, aunque la realidad le está dando palos en la punta de la nariz continuamente.


A.M.D.G