Honores fatuos.

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

Mientras que las personas todas tengan que defecar, ser receptáculo de hormonas y humores numerosos; mientras que todos tengamos una contaminación mental, intelectual, espiritual, y nuestro inconsciente mande tantas veces contra la consciencia, el ser humano es reo de pecado por su propia naturaleza. Sus condiciones físicas y intelectivas, funcionaran siempre de igual manera. Con esa inclinación a satisfacer nuestras necesidades más o menos perentorias, más o menos necesarias, el ser humano tendrá irremisiblemente más necesidad de ser liberado de estas debilidades.

 

La libertad, solo es el producto de ser eximido de esas necesidades y, por tanto, sin liberador nadie está libre de lo que ahora se dice (con burla por parte de casi todos) «pecado». ¿Ustedes se han visto engañados o agredidos, o aborrecen a una persona por los motivos que fueren? Piensen en lo que sienten hacia esa persona, o hacia esa situación. Y todos pensamos así hasta que el espiritual, pone por encima de ese sentimiento, su espíritu y su inteligencia. Pero el primer sentimiento, la primera reacción, es la de la réplica más aparatosa; la represalia más cruenta.

 

Dice un refrancillo antiguo: si quieres saber como es fulanito, dale un carguito. Lo hemos comprobado infinidad de veces en personas que tan pronto acceden a un cargo de algún modo y autoridad, se muestran tal como son, (así como dicen de los borrachos) y todos a una aspiran a ponerse el birrete «honoris causa» que los partidarios de una u otra idea, conceden a los que consideran que más han hecho por ella. Es la condición humana.

 

Cuando le conceden un premio al que en pocos días morirá mecánicamente por causa de su avanzada edad, no tiene empacho en recogerlo, y recibir numerosos parabienes, muchos de ellos sin saber por qué, aunque en su fondo íntimo sepa la parodia y sienta que no merece tal mención laudatoria, más que muchos de los que  aparentemente le admiran. Y aunque la muerte lo siega todo por parejo, hasta el final de nuestros días somos de esta humana condición.

 

Todos sabemos en lo que nos convertiremos, en la hora final que a cada uno le llega. He visto a una persona a la que quería mucho y cuidé, pedir angustiosamente morfina. Como no llegaban las asistencias oficiales, se le proporcionó una pagando su precio; por raro que parezca y en medio de sus terribles dolores, el hombre rabiaba y se quejaba de que hubiésemos tenido que pagar la medicina. No estaba con la cabeza perdida, era hombre inteligente, pero su medicina (que él no pagó), le preocupaba más que su muerte inminente que sabía de sobra.

 

Salvo una muerte súbita, todos tenemos que arrastrar hasta el final, que se nos limpie, que se nos administre la comida, y todo se cúmulo de angustiosas y vergonzosas situaciones que pasaremos. Y más aun, si tenemos sobre nosotros secuelas del pecado, sea por fumar, beber, sexo indiscriminado, etc. que ya antes de esa hora final muestran sus feos hocicos de bestias implacables. Y aun en la mejor situación, si estamos en condiciones de recordar, veremos cuantas cosas hemos hecho de las que recordamos, y de las que no nos sentimos orgullosos, y que se marchan sin conocerse por los demás, si está en nuestras posibilidades.

 

Todo eso requiere que ahora hagamos recopilación de la inutilidad d nuestras vidas, si las hemos dedicado a fruslerías y vicios, que siempre pasan factura. Solo el que en su tiempo conoce  a Cristo, puede ser liberado de su conciencia y de sus errores. No importa tanto rechazar a Jesús, por causa de las malas acciones de muchos cristianos. ¿No te gusta como lo hacen? Pues hazlo tú, y ya tenemos uno que lo hace. Los demás darán propia cuenta de lo que les afecta en su relación con Dios. Pero el mundo es unas millonésimas mejor. que antes de tu puesta en marcha.

 

No te escudes en lo mal que lo hacen los demás. Solo mira al Jesucristo y entiéndete con él. De lo demás te ocupas más tarde. Como decía Don quijote a Sancho. Toda cosa empezada es cosa terminada. O algo así. Voy con prisa.

 

Subió una mona a un nogal,

Y cogiendo una nuez verde,

En la cáscara la muerde

Lo que le supo muy mal

 

Así suele suceder

A quien su empresa abandona,

Porque halla como la mona

Un principio que vencer.

 

No recuerdo el autor.

 

A.M.D.G