El mundo, o Cristo

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo.

     Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye.

     Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error

(1ª Juan 4:5,6)

 

Nadie es amado del mundo sino el que aborrece a Cristo, y nadie ama a Cristo, sino aquel que ha dejado al mundo. Así podremos hacer nuestra esta frase pronunciada por Jesús, si es que amamos al Señor Mi paz os dejo, mi paz os doy; yo no la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo. Juan 14:27. 

 

El mundo no da nada de balde sino que todo es engaño y trampa. Es reino de Satanás y este jamás dejará que nos escapemos sin hacer lo posible por cualquier medio de evitarlo. Es pues solo el que del mundo escapa el que obtiene la perfecta libertad y gana la eternidad.

 

El humilde de corazón es dueño de la paz y el manso posee todo aunque no tenga propiedad de nada. El mundo no soporta a los humildes, ni quiere a los mansos que son para ellos seres débiles y apocados. No hay virtud espiritual que posea un cristiano, que el mundo no aborrezca y haga burla de tal persona.

 

Por eso es necesario que limpiemos nuestro corazón de malicia y de mundanalidad, porque el mundo es atrayente para la carnalidad y aprovecha como el agua el menor resquicio para colarse en nuestro interior, llevando como oveja al matadero, a todo el que se entrega a él o descuida el prudente alejamiento de sus obras y sus pompas.

 

Nuestras propias pasiones son las que nos atormentan, aunque nosotros creemos que lo que verdaderamente nos aflige, es la frustración por no conseguir satisfacerlas. Así no encontramos la paz que solo pertenece a aquel que todo lo hace con la mirada espiritual puesta en las cosas de arriba, y hace la voluntad de Dios sin hacer nada que no sea por Él.

 

Si aceptamos su voluntad, y esta es lo que sucede en cada momento de nuestras vidas dedicadas a complacerle, obtendremos la paz de nuestras almas. Una paz que no tiene nada en común con la paz que pregona el mundo, pero que nunca da. Una paz repleta de sabiduría, que conoce que cada suceso está perfectamente ligado a Su obra y propósito eterno.

 

Si en esta situación y actitud del espíritu dominamos nuestra humanidad con nuestra voluntad y razón espiritual, seremos los más dichosos de los hombres por cuanto sabemos que formamos parte de la obra y el proyecto de Dios, al cual tenemos el privilegio de adherirnos incondicionalmente.

 

Entra en tu interior y aniquilando vigorosamente tus pasiones y gustos del mundo, nunca padecerás temor ni duda, porque el que todo lo puede, te hará la concesión más bella de la vida; la paz del corazón que el mundano desconoce, aunque sin saberlo la ansía vehementemente. Esa paz será tuya y nadie podrá quitarte tu alegría. Juan 16:22.

 

Los sucesos pasan, y tanto los buenos como los adversos son para bien de los que aman a Dios. Ama a Dios y todo te parecerá bien, porque en tu corazón llevas ya la paz de su Santo Espíritu. Esa paz es la paz de Cristo; paz que no tiene parangón con comodidad, placer o vanidad mundana.

 

Llevas el enemigo dentro de ti mismo, y la terrible batalla es contra ti mismo y no contra los de afuera. Si ellos te hacen contradicción y persecución, da gracias al Señor del Cielo que pronosticó desde antiguo que eso sucedería. Si no percibes persecución o aborrecimiento de los mundanos, es que estás más acoplado con ellos que con tu Señor Jesucristo.

 

Esta persecución (padecida por amor a Cristo) es la que te hace evidente que estás en el camino bueno, por lo que esos mismos perseguidores y aborrecedores son dones de Dios para mantenerte en guardia, y para evidenciarte que pisas por el buen sendero de la vida eterna.

 

Ama pues a Dios, deja las tonterías y reflejillos del mundo, y vivirás siempre en paz y en confianza. Esto que parece tan poca cosa, es la felicidad verdadera, y no la que proporcionan los placeres momentáneos de la vida mundana.