Dientes de Marfil 2ª Parte

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

 

No me precio de entendido

De desdichado me precio

Que los que no son dichosos

¿Cómo pueden ser discretos?

Lope de Vega

 

Doy gracias a Dios encendidamente, porque soy un don nadie, y ni tengo autoridad nada más que la palabra de Dios y de mi amor  la verdad. Con lo cual se me puede refutar y hasta injuriar sin que la Iglesia de los redimidos de Dios padezca un ápice por ello. Son mis opiniones y nada más. A nadie comprometen sino a mí. Soy eso sí también consciente de mis caídas por pequeñas que sean porque en ellas veo mi propia naturaleza que me hace ser más comprensivo con las flaquezas de los demás. Es por eso, que me atrevo a escribir sobre un asunto que me lleva intrigando hace mucho tiempo.

 

Los grandes teólogos «católicos» y la multitud de los que se atreven a llamarse a sí mismos «evangélicos» o «protestantes» tienen mucho interés en hacer buena la palabra de Dios cuando se dirige a Daniel en sus profecías: Y hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del Altísimo quebrantará, y pensará en cambiar los tiempos y la ley; y serán entregados en su mano hasta tiempo, y tiempos, y medio tiempo. (Daniel 7:25). Solo pensando en estas palabras, me puedo proporcionar a mí mismo un anticipo de la tormenta que se cierne sobre la congregación de los fieles.

 

Posiblemente tengan razón desde el plano social (esto lo digo, por que no se me trate de fanático, que me da igual), pero en lo referente al seguimiento de Jesús, por mucho que resulte pesado, oneroso, costoso en dimensión, etc., la palabra ha de proclamarse por encima de cualquier otra consideración, sea racial, económica, o netamente ideológica o social.

 

Hemos creado un monstruo que aparece como un Leviatán invencible, pero que en cuanto ocurra cualquier fenómeno social o de la naturaleza, se convierte en un recién nacido, gimiente y desvalido. Toda esa fuerza conservada y aumentada en técnica y cantidad de las naciones, solo las acerca mucho más al abismo irreversible.

 

Solo hay que pensar en cualquier ciudad, o muchas, sin el pertinente aporte de electricidad. ¿Dónde pararían industrias, edificios giganteos, y comodidades de las que tanto nos ufanamos? La paz es cosa tan tenue, que cualquier movimiento descuidado puede romperla con unas consecuencias catastróficas. Las amenazas ya no son virtuales sino sólidas y están en todos los medios de comunicación

 

El «Caballo de Troya» es esa filosofía que intenta entre sofismas y exhibición de grandes conocimientos reconocidos, hacer entrar, en la congregación santa de fieles a la palabra y a la fe de Cristo, unos conceptos traídos de forzar el sentido de La Palabra y de una adaptación (reconocida por los que lo quieren) a la «realidad social», o sea a lo que «el Pueblo» (el Pueblo somos todos), determine que le viene bien en determinadas circunstancias.

 

Somos tozudos y lo que se quiera decir de nosotros, pero no somos tan bobos que no nos demos cuenta de la colusión de intereses que se ha reunido contra la Iglesia de Dios, para derribarla e implantar el reinado del anticristo. Solo esta Iglesia de «mutantes espirituales» resiste y resistirá, como nuevos Macabeos, solo con el poder de la verdad.  Y no sabría decir, si estos tiempos que parece que se avecinan serán malos o buenos para los fieles, aunque afirmo que, por nuestros pecados somos castigados y por la sangre de Jesucristo somos también sobradamente redimidos.

 

Tal vez esta sea la catarsis y proeza que deberíamos empezar a hacer ya sin demora. Y yo me consuelo con las maravillosas palabras de Jesús en medios de la tormenta y oscuridad del mar sobre la barca de los discípulos: ¡¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! (Mateo 14:27).

 

Cruda batalla espiritual nos espera, pero también está presente la misericordia de Dios, y la sangre de Jesucristo. Que se cumpla su voluntad. ¿Qué cosa mejor?

 

AMDG.