Mirar con ojo bueno

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Bienaventurados los limpios de corazón.

(Mateo5:8).

Todas las cosas son puras para los puros,

mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro,

pues hasta su mente  y su conciencia están corrompidas.

(Tito1:15).

 

Los limpios de corazón. Ellos (y solo ellos) verán a Dios. Parece solo una linda frase, pero ¡Que contenido! Ver a Dios, lo cual muchos creen que es cosa liviana. Para nosotros es nuestra sublime, última, y única meta.

No quiere Dios que le vean los que tienen el corazón embadurnado de suciedades, como no se puede presentar ante un rey la persona que no se ha aseado, y provisto de lo necesario para presentarse dignamente ante tan grande autoridad.

Ver a Dios y saber que lo ves como él te contempla a ti, como Padre, es algo tan maravilloso que hasta las lagrimas acuden a los ojos de quienes meditan esa arrebatadora certeza: Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Entre tanto conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y al presente permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor. (1 Corintios 13: 12 y ss).

Dios ama a los de limpio corazón, a los que miran todo con ojo bueno; a los que imitando al Señor usan de misericordia, pues ven en cada ser humano un desgraciado pecador que a sí mismo se perjudica, por muy arrogante que se muestre. Y se ve retratado en esa persona, si él mismo decae de su fortaleza.

Esa limpieza e inocencia de corazón es la que Dios exhibe continuamente, por lo que nos esforzamos en ser imitadores de Él. Jesús decía que Él no hablaba nada por sí mismo: El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero.

Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho. (Juan 12:49-50).

 Y a quién mejor imitar que al Padre y al hijo, donde no cabe mayor perfección ni mayor seguridad de estar haciendo la voluntad de Dios, para nuestro propio provecho y, como consecuencia, del beneficio del prójimo.

Decía Romano Guardini, aquel gigante de la teología práctica que: «para este  Cristo no hay barreras ni siquiera de la persona; puede estar en el creyente, no solamente en el sentido en que este imagina o piensa su figura y la quiere, sino realmente».

«Al igual que el alma puede estar en el cuerpo por que es espíritu y principio de la vida corporal, el Cristo viviente puede estar en el hombre creyente, en su cuerpo y en su alma al mismo tiempo, porque no es tan solo espíritu, sino santa realidad espiritual y mística. He aquí por que suscita la nueva vida». Guardini.- «EL SEÑOR».

En las demandas del mundo, de la vida corriente y en su estrépito se pierde la presencia de Cristo para el hombre afanado. Se le ofende en la ira, en la  mentira, en la calumnia, en el afán, en la avaricia, etc. Crucificamos a Cristo continuamente en el odio entre razas, naciones, aldeas, y hasta en las familias; ya no digamos en la familia de la fe.

Se requiere limpieza de corazón, de intenciones, de aspiración a la vida eterna, porque esta debe quererse compartida, y no solo ser disfrutada individualmente.

Esa limpieza de corazón ese mirar con ojo bueno, fue la corta trayectoria de Cristo durante su vida terrenal. Se despojó de todo afecto carnal mundano (y eso que amó como nadie). No quiso alabanzas ni soportó que le adularan, porque el amor de su Padre y hacia su Padre, le inmunizó de las cosas del los hombres. Pero siempre se enternecía ante el dolor y el amor y la rectitud de intención.

Perdonó grandes pecados, pero no toleró la suciedad del corazón de los que le tentaban. Nunca dejó de responder al que de corazón limpio le solicitaba algo, aunque detestó toda complicación y reserva del que iba a Él con intenciones ocultas, o deseo de que la carne actuase en cualquier situación adversa.

Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido en el Cielo, afirmó su rostro para ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él, los cuales fueron y entraron en una aldea de los samaritanos para hacerle preparativos. Mas no le recibieron, porque su aspecto era como de ir a Jerusalén.

   Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma? Entonces volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea. (Lucas 8:51 y ss.).

Se fueron a otro lugar, porque donde no nos reciben cuando vamos en nombre de Jesús, hemos de hacer lo mismo. No podemos gobernar ni contentar al mundo entero. El corazón limpio es el medio con que se puede ver a Dios, el ojo bueno que distingue el brillo de Dios porque no está empañado con las suciedad de la doble intención, ni el equívoco, ni la ocultación.

¿Cuántos fuertes abrazos contemplamos que van henchidos de maldad, y tantas veces llevan a la espalda preparada la daga con la que se quiere herir? Así mató Joab a Amasa, abrazándole, para poder herirle más sobre seguro.

Cuidemos nosotros de abrazar de corazón limpio y alma inocente, para que el hermano, sea mejor o peor, no padezca de nosotros sino que siempre pueda mirarnos como alguien confiable, del que se pueda decir como dijo Jesús de Natanael: he aquí un israelita en quien no hay engaño. (Juan 1:47). Que Cristo mismo sea nuestro testigo para que pueda decir delante de su Padre: «he aquí una cristiano-a en quien no hay fraude».

Aunque hayamos pecado, la limpieza de corazón, por la aceptación del sacrificio de Cristo, será una magnifica tarjeta de presentación y un alegato claro simple y eficaz de nuestro abogado, Cristo, ante el Padre que solo quiere que: todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad. 1ª Timoteo 2:4.

A Dios la gloria.