Justificar a Dios

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

Es algo ya corriente, el hecho de que pidan al que escribe, casi cada dos minutos, las explicaciones a sus perplejidades por parte de muchos que hayan complacencia y diversión, oponiéndose sistemáticamente a las cosas del Espíritu. Y esto, a veces, con insultos o insolencias. Comprendo a los que tienen perplejidades, aunque sea solo porque yo también las tengo. La duda es legítima si se basa en la conciencia, pero no en las averiguaciones para satisfacer curiosidad morbosa, o para poner en jaque a los creyentes.

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Hay gente que es respetable, porque hacen preguntas sinceras por lo que no comprenden. Es así, porque no están dentro, y son como niños que se van a tirar a una piscina y pierden todo su tiempo en meter un dedito en el agua, y a retirarlo cuando notan que naturalmente está más fría que su cuerpo. Una vez se zambullen, ya les parece estupenda, y lo mismo que costó que se lanzaran, cuesta sacarlos cuando hacen sus trastadas y juegos.

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Yo me limito a explicar, a quien quiera oírme, que el evangelio es la cosa más benéfica para todos de lo que cualquiera se puede imaginar, pero me niego a responder a preguntas capciosas y con retranca. La mayoría de estas últimas, son de un infantilismo y una elementalidad que más bien se siente uno a ni responder. Y desde luego, necias y  capciosas,

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Soy partidario de que cada carta tenga, si es posible, su contestación; aunque a veces o responde uno una impertinencia a todo lo que preguntan o afirman, o hay que escribirles un tratadito sobre el tema en cuestión. Y como dice el poeta

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En preguntar lo que sabes
el tiempo no has de perder
y a preguntas sin respuesta
¿Quién te podrá responder?

 

A.Machado

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Y entonces, me limito a decir lo que hay en los evangelios y dejar el agua correr. Hay sin embargo gente de buena fe y con curiosidad comprensible, que realmente desean saber; algunos, no porque estén interesados en acogerse al evangelio, sino porque tienen el deseo de contrastar, de forma seria, sus conocimientos con la sabiduría cristiana.

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Y tengo que decir que hay gente que en sus dudas y sus fluctuaciones, son de lo más amable y sincero que se pueda desear. No hay, con ellos, que defender ni hacer apología, sino que la exposición clara de lo que dicen las Escrituras. No tengo por que tratar de defender ni justificar a Dios, pues Él solo se justifica; y eso que Él no se tiene que justificar ante nadie. El Evangelio está preparado para ser expuesto, y solo los que han sentido en su corazón el soplo del Espíritu de Dios, están en condiciones de asimilar y aceptar el mensaje de salvación.

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Tratar con los opositores en sus propias condiciones de contraste,  significa establecer una dual apología entre los distintos modos de enfoque de la vida, y es tan inútil como convencer a uno que juega o bebe, de que su marcha por la vida desembocará en la desesperanza y el lamento del tiempo perdido. Y una vez en esa situación, ya el corazón está cauterizado, y ni malo ni bueno le hace salir de su propio caparazón.

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No es por tanto, responsabilidad del expositor de los misterios divinos, la salud eterna del ser que se niega a acudir a Jesús. Por que no depende de tal expositor la conversión o la pertinacia del que pregunta. Todo está previsto y determinado por el Poder Superior, y nada hay que se pueda hacer por parte del hombre. Cada cual haga su trabajo, y descanse en Dios. La tarea es de Él. Nosotros somos pecadores como los demás… pero… ¡perdonados!

 

 

Dos polos tiene la tierra,
universal movimiento;

la mejor vida el favor,
la mejor sangre el dinero.

Oigo tañer las campanas,
y no me espanto, aunque puedo,
que en lugar de tantas cruces

haya tantos hombres muertos.

Mirando estoy los sepulcros
cuyos mármoles eternos
están diciendo sin lengua
que no lo fueron sus dueños

¡Oh, bien haya quien los hizo,
porque solamente en ellos
de los poderosos grandes
se vengaron los pequeños!

 

 

AMDG