La única puerta. Parte 1ª

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

Mi amigo Federico es un cristiano sosegado, místico, y con muchas ideas que le bullen en la cabeza. Cuando le cuento todas las cosas que leo que pasan por el planeta, se limita a sonreír y a decir: ¡el mundo! A mi me enfada a veces por esa serenidad con que contempla los sucesos interminables de corrupción, injusticias, hambre, etc.

 

Él mira el panorama desde una perspectiva especial, del que hace tiempo que espera el cambio de las cosas, y acepta casi insultantemente impávido las secuencias de lo mismo. Sabe que todo anda bajo el control de Dios y, sin ser fatalista, es perfectamente congruente en su amor por la voluntad de Dios. Cuando es informado en su retiro campestre, siempre dice lo mismo; el mundo.

 

Esto del mundo, en nuestro argot, significa las cosas que son enemigas declaradas del auténtico bienestar del ser humano, y por las que todas las sociedades se precipitan a su fin. Es la filosofía y modo de pensar social y consecuentemente de vivir la que trae indefectiblemente la ruina.  Como se dice en el refrancillo: Buena vida, mal testamento.

 

No hace falta un desastre cósmico, para que estas cosas lleguen a su fin desastroso. La misma sociedad se pudre a sí misma con su entronización del dinero, los prejuicios etc. y, sobre todo, por su tenaz rebelión contra Dios y su Cristo. Como el que comienza con una pequeña y casi inocua droga, hasta que acaba autodestruido; la sociedad entera perpetra ese mismo proceso, con las inevitables secuelas.

 

Dios puso sus ordenanzas para que el hombre pudiera vivir en paz con hermandad, respeto, y todo lo que forma parte de un vivir sosegado y recto. Estas ordenanzas son objeto de burla por los hombres y los pueblos y, como no puede ser de otra forma, acaban en la corrupción generalizada que empezamos a ver por medio de los medios de opinión. De manera ineluctable, estamos a las consecuencias.

 

Y esa es la forma de introducir mediante la educación» y el adiestramiento tal como se hacía con las gentes (especialmente la juventud) en los días anteriores a la guerra mundial en Alemania, Japón, Italia, ante la desidia y corrupción generalizada de las llamadas democracias occidentales.

 

.No está aun esta corrupción en su fase más cruenta y desbocada, pero a medida que nos vayamos acostumbrando veremos las cosas de otra manera, y nos parecerá normal lo que hace unas décadas nos parecía monstruoso. Por el contrario, el cristianismo produce los mejores hombres y mujeres que se largan de sus relativamente cómodas posiciones en su país, para dedicar sus valiosas vidas en atender leproserías, casas de regeneración, escuelas en los más recónditos agujeros del planeta, y dar comida a los necesitados. Hospitales, enseñanza, desintoxicación de dependientes de droga, juego, bebida, etc. 

 

Atribuir a Dios, en el que no creen, con la facilidad que lo hacen para hacerle culpable de cualquier calamidad, es un contrasentido y denota un resentimiento contra quien (dicen) no creen que exista. Las bondades de la vida, el funcionamiento de nuestros cuerpos y la libertad de elección, el amor... tantas cosas por las que estar agradecidos no se tienen en cuenta.

 

Se cree que es algo que nos pertenece de derecho; y solo cuando las cosas no funcionan como queremos y de las que nos jactamos, nos dirigimos a Dios (que se dice que no existe), para injuriarlo a Él o a sus fieles a los que (eso sí), se les exige unas conductas angelicales de las que puedan aprovecharse ellos.

 

Clara es mi fe y bueno el sentimiento

 

Que llena el corazón de tierno anhelo

 

Bebiendo de tu amor grato y contento

 

Gracias te doy, mi Dios, por tanto celo.

 

Rafael Marañón  

 

AMDG