¿De que nos ocupamos?

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

Hay un enorme interés en lo que se ha dado a llamar literatura de autoayuda, que cuenta cada año con varios títulos  adecuados para la sugestión de las gentes y que caigan en la cuenta de qué son, y que pueden hacer para valorarse y mejorar sus vidas. Son enormemente útiles.

 

Hay también un libro antiguo que es para todos, y que está traducido a casi todos los idiomas del mundo, hasta los más (para nosotros) exóticos. Un libro que contiene la flor y nata de los preceptos y consejos más útiles a la humanidad, pero que sin embargo muy pocos leen aunque los tengan perfectamente colocados en sus anaqueles.

 

Se trata, como ya habrá comprendido el lector, de la Biblia; es el libro de cabecera de los que verdaderamente valoran con acierto lo que el Dios Creador hace en sus vidas. Un libro que responde a todas las preguntas y que puede llenar de sabiduría hasta el colmo a todo el que la examina con interés y de buena fe, y que traería (llevada a cabo su doctrina) un mundo que fuera un vergel maravilloso que todos esperamos.

 

Pero en cambio las gentes nos empeñamos en arruinar nuestras vidas, y en tratar de salir solos de unas situaciones que nos superan por causa de nuestra notoria debilidad. Ahora mismo hay una alarma ya extendida, de una pandemia de la enfermedad llamada peste porcina que se está extendiendo y se extenderá más aun, conforme las comunicaciones que tan efectivamente unen a los pueblos sigan enviando y repartiendo esta epidemia que no se sabe en que parará.

 

Siempre, en estos casos, se suele decir que la ciencia logrará reducir las consecuencias de estas catástrofes con una vacuna o un específico que cure fácilmente la enfermedad. Nadie está a salvo y ya son bastantes los muertos producidos. Esto puede parar o puede seguir. Yo me inclino por que seguirá. Si me equivoco será estupendo.

 

Es interesante observar que algo así puede surgir de pronto, echando por tierra toda seguridad y toda previsión. No hace falta un tsunami, ni un volcán o terremoto como catástrofes naturales. Basta con una epidemia como la que ha surgido para que (si queremos), nos demos cuenta de la debilidad del mundo donde vivimos, sujeto a cualquier inconveniente que suceda, para dar al traste con nuestra prepotencia y nuestra pretendida superioridad sobre la naturaleza.

 

Ya es difícil dominar nuestra propia lengua, con la que labramos la fortuna o la perdición de cualquier persona. Cuanto más algo que surge espontáneamente, y que no se sabe hasta que punto puede ser una fruslería (si una fruslería es que mueran unos pocos), o una catástrofe de carácter tan terrible que ponga a la humanidad entera boca abajo y que trastorne todo el «orden»mundial. 

 

Quisiera rogar, que nos demos cuenta de que, o cambiamos el chip, o cualquier acontecimiento inesperado, nos pondrá en el peligro de desaparecer de este maravilloso planeta que habitamos. Me da pena que se hable tanto del cambio climático, que me parece algo de cuento y es reparable, si es que existe por manos humanas, y tan poco de la proliferación y perfeccionamiento de armas con las que extirpar la vida sobre la tierra.

 

Y seguimos en nuestras luchas mínimas que tanto nos agitan, y no nos damos cuenta de que esto se acaba para todos, y que no nos hemos ocupado suficientemente de nuestra salud espiritual, por lo que hemos andado en miedo y preocupación, en vez de anticipar la Vida Eterna con paz y esperanza.

 

El Evangelio de Jesucristo espera a todos, pero como el que va tranquilo en un vuelo rutinario y con la ilusión de conocer otros lugares, y se encuentra en segundos hecho papilla en tierra. Ya no hay marcha atrás, pues la línea de nuestra vida ha terminado. Vayamos pues al Evangelio; este no sabe de vasallajes ni de opresión, sino de paz, justicia, y prosperidad, por cuanto ya seremos libres, y casi inmunes a los extravíos de otros.  La obra del Espíritu de Cristo, hará lo demás por nosotros.

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No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado
y que ha de romperse presto.

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Señales son del juicio

Ver que todos lo perdemos

Unos, por carta de más

Otros por carta de menos.

Lope de Vega

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Amaos los unos a los otros como yo os he amado.- Jesús.

AMDG