Dificultad y perseverancia

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor,

te seguiré adondequiera que vayas. Y le dijo Jesús:

Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos;

mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.

Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo:

Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre.

   Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos;

y tú ve, y anuncia el reino de Dios.

Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor;

pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa.

   Y Jesús le dijo:

El que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás,

no es apto para el reino de Dios.

(Lucas 9:57 y ss.)

 

En el camino de Jesús no caben las fluctuaciones ni los devaneos. Es cierto que hay desfallecimientos a lo largo de nuestra vida. Es el ataque nocturno al chocolate, y a otros alimentos de los frigoríficos, etc. Lo que no es posible es justificarlos en nombre de la humana debilidad. Es pecado y nada más.

Ofendemos la grandeza de Dios si pretendemos justificar nuestros pecados (que así se llaman) echando mano de los intrincados argumentos que ingeniamos para ello.

Hay una forma de tratar a Cristo desde fuera. Como las masas que a veces le seguían seremos unos magníficos simpatizantes del maestro; lo admiramos, tratamos de imitar algunas de sus incontables virtudes, pero “la vida es así”, decimos. Es imposible seguir a Jesús tal y como Él nos exige. Y es cierto. No tenemos poder para resistir al mal, con mansedumbre y aceptando la voluntad de Dios.

Para seguirle es preciso dejar todo lo demás; padre, madre, hermanos hijos etc. y hasta dejar que otros entierren a los que también están muertos. La petición del que quería seguir a Jesús, tenía su antecedente en la petición de Eliseo a Elías antes de decidirse a seguirle.

Elías se lo permitió, pero en el caso de Jesús no caben demoras cuando llega la “llamada celestial”. Hay que responder al instante con todas sus consecuencias. Para el mundo, eso significa morir y no es aceptable para los  mundanos, aunque es el camino para los que, dejando todo, siguen sin vacilación el espinoso camino de la perfección de Cristo.

Tal como los hijos de Zebedeo, que dejaron a su padre solo con las redes en la mano y el negocio dependiendo de los trabajadores. (Mateo 4:21,22). Es decir aceptaron la llamada con todas sus consecuencias por dramáticas que nos parezcan a nosotros por que: los dones y el  llamamiento de Dios son irrevocables. (Romanos 11:29). De cualquier manera que se contemple, cuando hay llamada de Dios, esta es irrevocable por que es el “llamamiento celestial” especial, personal y también irresistible.

Es un llamamiento personal como el que recibieron los apóstoles, aunque el Evangelio es una llamada general a la conversión y a la salvación para todos. De ahí la poca comprensión que reciben las vocaciones especiales, que parecen a los indiferentes como fuera de lugar e innecesariamente exigentes.

Como decía Jesús: los zorros tienen guaridas y las aves nidos, mas … ¿Dónde reclinan la cabeza los que siguen al maestro? ¿Dónde hallan reposo y apoyo anímico en esta sociedad descreída y corrompida, que hace de sus iniquidades bandera de orgullo, y además (para más ignominia) pregonan la dignidad del hombre como cosa de su invención?

Esta sociedad que cae bajo la admonición severa de San Pablo que dice así: Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios; pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada.

El optimismo de esta generación y su petulancia cuando estamos pendientes de un delgado hilo de locura y despego de Dios, quiere ignorar las voces de la Iglesia, voces de esperanza, y también de alarma ante la amenaza de desintegración de toda concordia y toda paz. Porque no hay paz  sin Cristo.

Por eso en el mismo texto se nos dicen unas palabras para los que sentimos nuestra poquedad, pero también la esperanza en la misericordia y el poder de Dios para nuestra flaqueza.  

En cuanto a vosotros, ¡oh Amados! estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así. Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún.

Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas. (Hebreos 6:7 y ss).

Es pues depender solo de una promesa de Dios concretada en el andar, la vida, la muerte, y la resurrección de Jesucristo: Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús (Hebreos 3:1)

si retenemos hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza. Vs.6.

Seamos perseverantes, pues todo lo que es de esta vida es pasajero, y en la mayoría de las ocasiones decepcionante, mas las cosas de la piedad son eternas, con perpetua felicidad y gloria en Cristo Jesús.