La Gracia de Dios. 1ª parte

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

Escribo a muchas personas, y como quiera que cada cual tiene su propia sensibilidad y su propia cultura, quiero en este escrito aclarar algo que es sumamente importante para la comprensión de todo el misterio de Dios, en relación con nosotros sus criaturas.

 

Hay quien cree erróneamente, que por ser persona muy moral (¿Y quien no cree eso de sí mismo?) ya es salva de la condenación que todos merecemos, por nuestra mala manera de pensar y de vivir. Por nuestros rencores, por nuestras flaquezas, y hasta (y creo que es lo más importante), por nuestros a veces podridos pensamientos. ¿Creemos acaso que lo pasado ha quedado borrado? ¿No es cierto más bien que tanto las malas acciones como las buenas, han quedado en nuestra memoria, y más en nuestro subconsciente y nuestra conciencia que no cesan de asaltarnos?

 

Nadie pues, es digno de una salvación, si no que depende totalmente de la llamada GRACIA de Dios. Esto es su favor, su bondad, su benevolencia, etc. de Dios por su mismo propósito, y no por debernos nada a nosotros; como un padre ama a su hijo, aunque le duela la mala conducta de este. Estas maravillas de la Gracia, son las que pregona el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. (Isaías 53:5) Ese es el verdadero amor.

 

Jesús, además de enseñar en todo instante, no fue un maestro al uso de los antiguos, que la única cosa que podían afirmar como verdad, era la confesión de su propia pequeñez, y flaqueza humana, es decir, como cada uno de nosotros. El Cristo de Dios, no vino a dar premio a los justos que no lo necesitaban, porque su justicia les bastaba, según ellos; y hay muchas gentes que creen así.

 

Amigos y hermanos, Jesús vino a salvar a los pecadores, que somos todos, y esto mismo es lo que le hizo decir a San Pablo: Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. (1ª Timoteo 1:15).

 

¿Como no sorprenderse de estas mencionadas palabras del apóstol Pablo, maestro y apóstol de Jesucristo, que era irreprensible según la ley y que afirmaba sin embargo que era el primero de los pecadores? ¿Una contradicción? No sino una firme y dramática certeza. Por la sencilla constatación en su conciencia, de que como los demás mortales, él era un pecador; y con más responsabilidad que el ignorante, puesto que conocía la ley de punta a rabo.

 

¿Pero que dice de su persona, cuando se da cuenta de que la Gracia de Dios para todo aquel que cree, efectivamente es la que perdona todos sus pecados. Y no solo indulta, sino que amnistía para siempre. Pecado perdonado, es pecado acabado. Como si no hubiese existido. La conciencia no perdona ni ninguna otra clase de medio. Solo la Gracias y la buena voluntad de Dios para con los hombres. La Biblia contiene un admirable símil de lo que Dios hace con los pecados de los que él ha declarado su pueblo: Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados. (Isaías 43:25)

 

Fijémonos en lo que decía y en lo poco que tenía Pablo su conocimiento, y su privilegiada posición con respecto a la antigua  ley de Dios, cundo algunos le reprochaban que pusiera el amor por delante de cualquier otra consideración teológica. Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo;  en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible.

 

Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; (Filipenses 3:4 al 9).

 

Todo cuanto para Dios había hecho, sus honores anteriores, su posición como apóstol, todo era considerado, por él mismo, como basura fastidiosa para ganar a Cristo. ¿Cuánto podemos nosotros considerar estorbo, para lo mismo que buscaba Pablo antes que todo?

 

Meditemos estas cosas. Nos harán mucho bien.

 

 

 

 

 

 

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