Pedid y recibiréis

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.

Juan 16:24

   Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.

     Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.

     ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra?

¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente?

     ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

     Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos,

¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

(Lucas 11:9 y ss).

 

La vida del verdadero cristiano es una continua súplica, y un continuo examen interior bajo la suave luz del Espíritu Santo. La Iglesia no es más que un cuerpo suplicante y pleno de esperanza, conociendo que: Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. (Santiago 1:17).

Cuando la Iglesia comprende ese misterio de la auténtica oración, y lo pone en marcha, no hay poder que pueda oponerse a este arma fatal para el enemigo y opositor de Dios y de los suyos. Disponemos de este medio insustituible como arma, para que el triunfo sea tan completo como solo Dios sabe otorgarlo. Por que es Su triunfo. Sus ovejas reposan tranquilas sabiendo quien cuida de ellas: Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. (Juan 10:29). ¿Qué poder hay que pueda arrebatar a Dios algo suyo, en contra de su voluntad?

A veces nos sentimos vacíos a causa de que (reconozcámoslo) enredados en las cosas mundanas, que pueden estar envueltas en la envoltura brillante y atractiva de una buena obra, echamos de menos la comunión y el sosiego de la dulce conversación con Jesús. Nos parece que se ha ausentado el Espíritu.

En otras ocasiones cuando el fracaso de nuestros esfuerzos por comunicarnos con Él se hace ostensible, entonces, inopinadamente, un suave viento de congoja nos trae Su presencia. De inmediato percibimos el gozo de Su presencia y nuestra oración comienza a manar como el agua de un pequeño arroyuelo serrano, claro y transparente.

Ahora la oración se hace recta y fluida, y nuestro espíritu recibe del Espíritu Santo la seguridad de que nuestra oración va correctamente realizada, dirigida, y recibida. El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (Romanos 8:16). Entonces es cuando valoramos adecuadamente la oración. Somos hijos de Dios y nuestro Padre escucha siempre a sus hijos.

Poco importa las palabras más o menos acertadas, porque como decía un veterano cristiano cuando hablaba de la oración balbuceante del que no tiene cualidades retóricas: «No os preocupéis; el Espíritu Santo pasará vuestra oración a limpio, y así será presentada perfecta ante el Padre» «Haced la oración y nada temáis sino al pecado»

Hay algo que no es asumible en la oración. Pedir para los deleites, y también pedir algo bueno sin esperanza de recibirlo. En este último caso, si no se está seguro de que será escuchado y ayudado (a la manera de Dios) ¿para qué la oración? ¿No dice Jesús que pidamos y recibiremos? ¿Es que está equivocado? ¿Nos engaña quizás?

Lo que verdaderamente pasa es que: combatís y lucháis y no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Bueno aquí se presenta una contradicción. ¿Cómo que no pedimos? ¿acaso no lo estamos haciendo continuamente? Mas el apóstol continúa diciendo: Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. (Santiago 4:3).

Esa es la cuestión más aguda del que ora. ¿Para qué ora? ¿Qué es lo que pide? ¿Qué se haga la voluntad de Dios? Pero… ¿aceptamos la voluntad de Dios en nuestras vidas? ¿Sabemos bien a fondo que todo lo que sucede es para nuestro bien, temporal y eterno? ¿Nos sentimos totalmente en manos de Dios o (por si acaso) hacemos otras gestioncillas aparte, por si Él se descuida o no se ocupa de nuestros problemas como nosotros creemos que debe hacer?

Hermanos míos: ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga a la vez? (Santiago 3:11). No erremos; o con Cristo o contra Él. Esas son las únicas opciones que él pone ante nosotros. Solo que cuando decimos que con Él, entran en vigor las palabras de Jesús: Buscad el Reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas os serán añadidas. (Mateo 6:33). Difícil de creer por el espiritual, y desde luego imposible de aceptar por el que no es espiritual pero… eso es lo que hay.

Un poema que viene al caso.

VICTORIA

 

Mucho antes de que el fracaso de mi espíritu se me hiciera patente.

 

En el tiempo en que en la angustia de mi alma se hiciera evidente su estéril esfuerzo.

 

Cuando mi indómito ego se abandonó a su destino.

 

Una amorosa y profunda mirada, más allá del inmenso Universo, sonreía

 

y proclamaba en el silencio de mi vida interior.

 

¡Victoria!

 

Al final venció la humildad de Dios.

 

¡CRISTO!

 

Su entrega firme, intrépida, pasiva y constante, ABRIÓ el misterio.

 

Al final vence la desnuda Verdad.

 

¡Ya soy libre! No tengo que llevar mi vida sobre mis débiles espaldas.

 

¡Gracias señor!