No es admisible.

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Me he acercado a una cola del paro y después, para no equivocarme ni equivocar, he visitado otras en distintos lugares. Quien no ha vivido la humillante cola de personas trabajadoras, sin otra pretensión que salir adelante con sus familias, no puede sentir lo que siente un hombre honrado que se ve convertido en un parásito involuntario al que se suministra una limosna.

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Cuando llega a su casa y la esposa/o, con el rostro ansioso inquiere en su talante triste que no ve salida, es lo más angustioso y humillante que puede sentir cualquier trabajador, impotente para sacar adelante a su familia.

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Colegios de los niños, libros, sus viviendas en peligro y en el conocimiento de que esto está provocado por un error al votar. Ellos pusieron su esperanza en alguien que les ha defraudado, sea por el motivo que sea. La responsabilidad del tal es pavorosa, sin contar con los despilfarros que la gente ve en las acciones de los gobernantes. Nadie es inocente, porque a Dios se le ha expulsado de las decisiones públicas y las consecuencias se nos caen encima.

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Algunos creen que Dios castiga, y es un error del que no se salen, en el común de las gentes. Él conoce la perversión humana y conoce el camino que lleva a la prosperidad y a la alegría en la paz cristiana, pero sus admoniciones a todos son despreciadas olímpicamente. Y las consecuencias no tardan en caer. No es castigo de Dios; es necedad en el ser humano.

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Hemos sacralizado la democracia que es, según frase de Wiston Churchill, el sistema de gobierno político menos malo de todos los sistemas políticos. El que un partido tenga un voto más que su oponente, entre millones, ya es suficiente para que pueda imponer sus premisas y formas de vida a sus empleadores que son todos los ciudadanos.

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Los ganadores, a pesar de las críticas de sus oponentes, hacen lo que quieren invocando la mayoría. Esa mayoría es sagrada, y es convertida en una nueva religión cuando conviene. Hasta podemos ver a cristianos oír sin inmutarse la más atroz blasfemia contra Dios, y sobresaltarse en defensa de la «democracia», cuando alguien pone en duda su eficacia o validez.

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Hay países que son democráticos, porque lo permite el grado de educación y la cultura y costumbres de sus ciudadanos; su civismo es ya democracia porque las relaciones se establecen bajo ese prisma cultural. Lo demás les llega de forma inevitable.

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Otros países, en cambio, no están capacitados para la democracia porque en sus ciudadanos la democracia significa aplastar al contrario, bajo la premisa de que les ha sido dada carta blanca para hacer lo que se les antoje. Esto trae el desorden, la corrupción, etc.,  tolerada por los partidarios del ganador, que se ven así vengados de la parte contraria o más bien de la parte «enemiga».

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Hay países que son verdaderos regalos de la naturaleza a sus habitantes, que se ven condenados a pedir limosna a otros menos afortunados que ellos en tierra y clima, mucho más pequeños, y hasta con condiciones más precarias para sacar riqueza. Y los que pòpseen extensiones y clima favorable piden, cuando en su tierra, con una cultura de orden y civismo podrían hacer un paraíso. No necesito nombrar ni a unos ni a otros, porque está claro para todo el que sepa leer.

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Los experimentos sociales que se han hecho sin contar con los ciudadanos, imponiéndoles un modo de vida, han terminado en el fracaso más rotundo y clamoroso. No obstante, aun hay millones que se empeñan en curar la herida, poniendo parches y tapando huecos que no son el origen ni causa de su ruinosa situación.

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El cristianismo es puesto en la mira de sus armas propagandísticas y otras si las pueden usar, porque se le hace culpable de la situación calamitosa que padecen de forma crónica. La técnica que ya está al alcance de todos los que sepan manejarla, se convierte en el «mesías» que les sacará de apuros y, lamentablemente, también yerran en los diagnósticos, por desconocer lo que son, y lo que les impide ser otra cosa.

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Cuando han empezado a usar, defectuosamente, una técnica puntual, se dan cuenta de que los demás ya la han abandonado por otras mejores que sustituyen con inmensa ventaja a las que ellos han conseguido. Y es conseguido gracias al trabajo y al deseo de prosperar por medio de este. Cuando la ambición es encauzada por medio de la nobleza moral cristiana, produce unos beneficios increíbles.

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Dios y la fe Cristiana, que en todos los países prósperos ha creado una forma de ser y de actuar con una moral cristiana real, son despreciados y además acusados como causantes de sus desgracias, cuando es la forma de gobierno más seria y constante; el cristianismo sincero, ha hecho y hace más por las naciones y por los pueblo pobres que nadie en este planeta. El orden y la jerarquía necesaria hasta en las colonias de animales que viven juntos, es rechazada por las gentes que solo miran el satisfacer rencores y amasar fortunas, sin que les importe quien queda derribado y en la miseria.

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Los pueblos cultos y educados en el trabajo y la cultura, son los abanderados de la prosperidad y, consecuentemente, se someten voluntariamente a unas conductas que al ser  costumbre en sus relaciones hace que sean pueblos todo lo dichosos que se puede ser en la Tierra.

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Es cierto, y ya está denunciado por doquier, que en el Occidente y otros pueblos prósperos se ha bajado la guardia y la prosperidad ha ido sustituyendo a Dios en los corazones de estos pueblos, pero aun así aun disfrutan de una abismal ventaja a los que por su escasa cultura y a su defectuoso concepto cristiano, aun están en  la miseria material, intelectual y espiritual.

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Y la comprobación repetida, es que solo mediante una correcta sumisión a los consejos y mandatos de Dios y la doctrina de Jesucristo, es como los pueblos encuentran la paz y la convivencia que les permita trabajar a una, y conseguir las metas que cualquier país merece. Los países pueden ser ricos en extensión, y riquezas naturales, pero siempre y a mucha distancia lo que hace a un pueblo próspero y feliz es sus gentes y su moral social.

 

 AMDG