Ser o figurar

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

El hombre busca la grandeza y destacar en aquello en que se desenvuelve, pero lo hace por un camino equivocado y naturalmente desemboca inevitablemente en fracaso.   La pobreza lleva a la degradación física y intelectual de las personas que la padecen; La riqueza de igual manera viene a parar en una situación de llenura que opila. Las personas ya no quieren lo natural y realmente hermoso, sino que se buscan perversiones como dice la Escritura: He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones. (Eclesiastés 7:29).

 

Hoy el llamado Mundo Occidental se tambalea; no es por causa de la economía que hasta puede volvernos a la realidad, sino porque los corazones están podridos. Hemos cambiado la verdad de Dios por nuestras mentiras, y ya no vivimos en un mundo fiable, donde el honor y la lealtad eran virtudes y ahora son valores de  idiotas. La mayor villanía se tiene como virtud, si se consigue aquello que se ambiciona.

 

Así nos encontramos con un Oriente depauperado y maltratado secularmente; con un continente africano hambriento de pan y de justicia,  y un Occidente rico que se hace toda clase de idolillos que adora con vehemencia digna de mejor causa; una cristiandad que de floja se parece mucho a los paganos, que ni temen a Dios ni respetan al hombre. El individuo forma parte de una sociedad, en donde hay que ejecutar las pautas que la mayoría impone

 

Y esto, solo por que los cristianos vamos tras la estela de los demás, y no anunciamos un premio y un castigo que, proclamado entre divisiones y sin convencimiento, tampoco arrastra ni impresiona a nadie; muchos hombres y mujeres nobles y capaces, son repelidos por la flojera y la proliferación de profetas y mesías falsos (grotescos a veces), que a una persona con principios y ciertos escrupulos le repugnan.

 

Es por ello, que las Escrituras no se cortan en proclamar la maldad de los hombres que, ni pobres ni ricos, ni instruidos ni ignorantes, se entregan a la sana doctrina de Jesús y corren en su orgullo y petulancia su propia carrera. Los resultados son tan detestables, que solo un vasto social cataclismo puede dar solución de continuidad a esta falsa y perversa manera de vivir.

 

Tal vez estos son los estremecimientos de una humanidad, sumergida en la injusticia y el desorden espiritual que atravesamos. Todos se duelen como una sola persona de los padecimientos, las guerras y las hambrunas de los pobres de todos los continentes, aunque  desde su cómoda situación, y egoísta y farisaica distorsión de la realidad. Nadie hay malo, se piensa o tan solo se dice,  pero la realidad nos dice que sí que los hay en abundancia; es por eso que La Escritura afirma con majestuoso e inimitable  lenguaje:   Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.  

 

Profesando ser sabios, se hicieron necios...  

 

Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican. (Romanos)

 

Si tan solo escuchásemos a la Escritura, y notáramos con cuanto amor Dios ha trabajado y trabaja para nosotros, no seríamos tan egoístas y necios despreciando una salvación tan grande. Después vienen los lamentos y los ¿por qué esto? Esto es sencillamente que cuando se prescinde de la dirección de Dios, se cae en los más viles vicios y pensamientos, que arrastran a todos a la final perdición. ¿O es que nos consideramos tan buenos que cuando la tribulación nos alcanza, nos consideramos como no merecedores de los resultados de nuestras malas obras, y las de los que nos rodean que es todo habitante de la Tierra?

 

 AMDG