Flojera y… ¿derrota?

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Todos los que nos movemos en el mundo de la religión, recibimos y asimilamos diariamente un complejo embrollado de opciones y propuestas, que no cesan de insistir en el mimetismo del mundo con La Iglesia, y de esta con lo que los escritores evangélicos, imitando a Jesús, llamaban «mundo». Es decir dos conceptos tan distanciados y opuestos, juntos en una misma moral y una misma praxis. Y desde luego al son de su trompeta.

 

La Iglesia de Dios tiene un camino recto, del que no tiene derecho a desviarse sin grave traición a los principios de Jesús a su acción dentro de ella. Todo lo que no se conforme a esta doctrina y moral, es intrínsecamente malo para la iglesia y por extensión, para la sociedad y el individuo.

 

Esa pretensión de pretender conjugar las dos opciones en aras de no se sabe qué sincretismo religioso-político, no es ni más ni menos que la constatación de que los cristianos no solo hemos ido al mundo, sino que además estamos metiendo al mundo en la iglesia. Es abrumador y desmoralizante, si lo viéramos solo en el plano humano, ver las iglesias llenas de personas mayores y ancianas; salir de un acto, culto, misa, etc. sin ni un joven siquiera, y no ver nada más que esta clase de personas, por lo demás muy devotas en estos momentos.

 

La pregunta es ¿Dónde están los jóvenes? ¿Dónde empieza la gran apostasía, cuando vemos que los padres jóvenes no llevan a sus niños para que les proporcionen enseñanzas, y den a conocer a  Jesucristo, como Dios y Hombre que quita los pecados del mundo. El mundo odia a la iglesia, porque sabe que es lo único que, respaldado por el Espíritu de Cristo, se opone a su avance, incontenible hasta ahora.

 

Mirando cuidadosamente los principios de las distintas interpretaciones de la venida de Cristo, precedida de una gran tribulación, se ve que no coinciden; los teólogos (de todas clases), lanzan señales de algo que solo está en sus mentes. Los tiempos y las sazones de Dios son ocultos, aunque como en la parábola de la higuera, se dice algo sobre las señales que precederán al fin. (Mateo 24:32).

 

Manifiestamente se dice en la Santa Escritura: Las cosas secretas pertenecen a Yahvé nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley. (Deuteronomio 29:29).

 

El mundo está ganando la batalla porque las gentes secularizadas hasta la indiferencia más absoluta, y los cristianos hasta la comodidad y la duda que hace desaparecer de su horizonte escatológico toda la promesa de Dios. Las atención puesta sobre los más venales asuntos, requieren poderosamente su atención hasta que la marea nos cubra totalmente.

 

Entonces llegará, no la secularización que ya la tenemos, sino la clara apostasía y la persecución que ya ha empezado, y que no cejará hasta que la destrucción de los principios cristianos sea una realidad, y estos (los principios citados) una entelequia como ya muchos «cristianos» consideran.

 

No somos ni mucho menos la Providencia, pero unos principios enérgicamente predicados con los actos, y sin vergüenza de ninguna clase, haría de nuevo atractivo el cristianismo. No hay que llevar las cosas a grado de intransigencia o fanatismo para imponer la fe cristiana, sino una moral entera y ferviente que lleve a los principios cristianos al mismo lugar preeminente, donde estaban cuando crecían al principio en medio del paganismo del imperio romano.

 

Nadie diga «esto está perdido» porque se equivoca. La acción del Espíritu de Dios actúa en hombres y mujeres para sostener la fe; pero en medio de este gatuperio de la vida «cosista», o se da testimonio de amor y sobriedad, o el Señor pondrá las cosas como nos merecemos, y llegará la hora del llanto y el crujir de dientes. Y enseguida, por las bocas de los culpables, saldrá siempre la mísera pregunta. ¿Dónde está Dios? Y Dios está donde siempre; en el ser de los genuinos cristianos, actuando en el lugar donde estén que es, ni más ni menos, que donde deben estar.

 

Y las puertas del hades no prevalecerán contra ella. 

 AMDG