Reconocer y reposar

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

               Dios ha hecho en nosotros grandes cosas. Solo hay que verlo cuando se nos mete una brizna en un ojo, lo molesto o doloroso que puede ser. Solo entonces podemos darnos cuenta de lo bien que funcionamos, a pesar de los alifafes que se padecen de vez en cuando; en la esfera espiritual se produce otro tanto fenómeno de introspección.

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Tal vez a muchos les parezca extraño el gozo y la confianza que se apoderan de los cristianos, una vez se han vuelto de los vicios, que son ídolos, a Cristo. Ya no dependen de nada ni de nadie, porque todo lo han supeditado a Dios y lo han dejado en sus manos. Es muy bueno dejar a Dios ser Dios. No un Dios de palique o de manga ancha a nuestra imagen, sino hacer de nosotros dignas imágenes del supremo Creador.

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La Gracia y buena voluntad de Dios para con nosotros, si no se rechaza o ignora, nos hace seres ya preparados y receptores por la fe de una herencia inconmensurable y inmarcesible; y así se dice en cierto lugar de la Escritura: para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza… (Efesios 1: 17, 18,19)

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Repetimos que muchos cristianos se basan en sus pretendidos méritos, como el fariseo cuando oraba se los enumeraba a Dios como si este necesitase nada de ello o no lo supiese. El creía, como tantos, que con sus buenas obras se creía merecedor de lo mejor que Dios tiene para nosotros. En Apocalipsis se dice de una iglesia llena de virtudes, aunque con la jactancia de sus buenas obras sobre los dones de Dios: Porque dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Apocalipsis 3:17).

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Cristo dio ejemplo de humildad cuando decía, y así obraba en consecuencia, que no decía nada más de lo que oía del Padre. Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. (Juan 8:28). Se trata solo de eso; hacer los que el Padre dice, sin esperar nada de recompensa inmediata de los hombres,  sino con la esperanza viva en las promesas del Padre. Ya en sus manos generosas, no hay nada adverso que esperar sino las bendiciones más inimaginables por el ser humano.

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Sabemos, por que nos conocemos bien a nosotros mismos, lo que somos, el potencial de mal que soportamos y que tan mal  controlamos: Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. (1ª Corintios 2:11). Conociéndonos pues, sabemos ya con que clase de enemigo hemos de combatir la buena batalla de la fe. Así, en ese conocimiento y consecuentes con nuestras debilidades y maldades (que a todos se nos ocurren), y en ese vacío personal, esperamos todo de Dios como lo demás que hemos recibido. Es entregar nuestro ser, total y completamente a Dios..

 

 

Yo he visto garras fieras en las pulidas manos;

Conozco grajos mélicos y líricos marranos. . .

El más truhán se lleva la mano al corazón,

Y el bruto más espeso se carga de razón.

Antonio Machado

AMDG.