Desolación y Gracia de Dios

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Ya voy siendo viejo o lo soy, ya y mis facultades disminuyen a galope. Un amigo argentino a quien agradezco sus comentarios, me dijo un día que todo mi trabajo en la obra del Señor, era prácticamente nula, según el estado de las iglesias que él visitaba. Él no me habló de ninguna en especial, y más bien comentó lo que yo le contaba. Él me quiere bien.

Como el tiempo apremia y no voy a durar mil años, me hago reflexiones continuamente sobre lo que hago, y sobre lo que debería hacer; mi «diablillo interior» me dice que deje tanta faena, que me quedan pocos «telediarios»; mi «angelote», el muy buenazo, me dice que persista en lo que hago mientras pueda. Es cierto que los resultados, salvo brillantísimas excepciones, (a menos que no conozca muchas de ellas silenciosas) es en conjunto, bastante desalentador.

Nunca me propuse evangelizar toda la tierra, ni hacer discípulos por cientos, ni decirle a nadie como tiene que vivir o pensar, porque de ello se ocupan otras personas mejor preparadas que yo. O más osadas. No obstante, algo más esperaba de las gentes que de una forma u otra están metidos en este rollo de Jesús, y no este espectáculo desolador que contemplo como dice Pablo apóstol: Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda; pero otros de buena voluntad.

Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones; pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio.

¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún. (Filipenses 1:16, 17, 18,).

Por una u otra razón, o por enfoque erróneo por mi parte, los resultados son penosos, por no decir un casi completo fracaso. ¿Me voy a acobardar por ello? Yo pienso que hasta que pueda, y mi vista lo permita, he de seguir con esto, porque de estas cosas no debemos esperar que funcionen según nuestros proyectos (por muy bien intencionados que sean), sino por la real voluntad de Dios, que dijo que sembráramos. Esa es mi faena. Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad. (Daniel 12:13).

Y por lo tanto seguiré mientras mis facultades me lo permitan, porque otra alternativa ya no domino. Así que pongo en movimiento unas palabras dichas a un profeta que aquí vienen al caso: Y me dijo: Hijo de hombre, toma en tu corazón todas mis palabras que yo te hablaré, y oye con tus oídos. Y ve y entra a los cautivos, a los hijos de tu pueblo, y háblales y diles: Así ha dicho Yahvé el Señor; escuchen, o dejen de escuchar. (Ezequiel 3:10, 11).Y sigo, por si estas palabras también fueron escritas para mí.

Esperar que nos vaya mejor que le fue al maestro, es una estúpida aspiración. Él fue claro, y no engañó a nadie con cosas que no pudiera cumplir. Y el camino ciertamente es áspero y sinuoso, pero es que ese, es el Camino. Entre tantos caminos puestos delante de nosotros, el único que es claro y benéfico, es el Camino de Jesús. Otros ya sabemos adonde nos llevan; solo hay que leer o escuchar las páginas y noticias de los sucesos diarios. Nosotros llevemos el evangelio hasta los «confines de la tierra» del resto se encarga Él.

Sí, que me gustaría que hubiese más coordinación, y menos desconfianza y animosidad entre los que se dicen cristianos, y que se lanzan dicterios sin cesar, olvidando todos las palabras que pronunció el Papa Juan Pablo II: las ideas se exponen; no se imponen. ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme. (Romanos 14:4).

Y eso es resultado de que nos fijamos mucho en la conducta de los demás, y poco en la propia nuestra. Y si no me equivoco y según las versiones bíblicas Jesús dijo más o menos algo así: para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. (Juan 17:21). Esto de… para que el mundo crea ¿no nos hace pensar?

Sé que no todos podemos ir de misioneros o mover grandes masas, pero si sería conveniente a los militantes un poco más de humildad y un poco menos de narcisismo. He recibido de gentes que no creen, o no creían en nada, testimonios que pondrían a muchos creyentes el vello de punta. Y han mostrado una nobleza, un denuedo, y una sinceridad, que ya me gustaría en muchos «creyentes». No sé si el poco seguimiento que les he dado, dada mi incompetencia o debilidad física e intelectual, le ha hecho volverse de la verdad, aunque las repeticiones aisladas no se me han hecho por gusto.

Y esta, señores, es la historia de un fracasado, contento de ello para que la fuerza del Señor se manifieste en mi flaqueza. Yo seguiré, y mientras crea que hago lo que debo según mis alcances, lo seguiré haciendo. Y Dios sobre todos. Dios sujetó a todos bajo desobediencia, para de todos tener misericordia. (Romanos 11:32).

Un toquecillo bíblico.

Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor,

solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. (Efesios 4:1 y siguientes).

AMDG.