No soy humilde

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

                   Tanto usted como yo, y como todos los seres humanos, tenemos que reconocer que no somos lo suficientemente humildes. Es decir, francamente no somos humildes

 

No hay tal cosa como «yo soy un poco humilde» porque la cuestión es «o soy humilde o no soy humilde» Medias tintas no valen. Y por favor no se me diga que soy maximalista. Por supuesto que todos nos esforzamos en ser humildes, y lo conseguimos solo en parte. Eso está bien, aunque ni de lejos es suficiente

 

La verdadera humildad proviene de un espíritu entregado totalmente al Señor, y eso es bien difícil de obtenerlo. Son muchas las influencias que nos acosan, y en cuanto nos descuidamos se montan sobre nosotros, produciendo retrocesos, fracasos y decepciones y, muchas veces, hasta una sensación de frustración. Solo que gracias a Dios, su misericordia es mayor que cualquier desfallecimiento, y de esta forma nos podemos recuperar. ¿Como no hemos de alabarle sin parar?

 

 Hay en todos nosotros mucha carnalidad, disfrazada de buenas maneras. Por eso la situación del Reino apenas padece violencia. Es que no hay violentos que se lancen al palenque a defender la fe, una vez dada a los santos. Y esto mismo es lo que Judas, apóstol, encarece a los creyentes de su tiempo, y para todos los tiempos en la tierra. Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. (Judas 1:3).

 

«Ardientemente», es la misma manera anhelosa que Jesús sentía para con sus discípulos antes de la cena Pascual; antes de su oblación. Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros. (Lucas 22:15) Esta pascua y este ardiente deseo, perduran en Jesús por la eternidad, y aun así hay dentro de nosotros muchas cosas carnales, que nos hacen creernos más de lo que verdaderamente somos.

 

Lo que Pablo llama «el hombre viejo» ¿Podemos decir como Jesús estas benditas palabras? Mas para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago. (Juan 14:31). Eso es hablar alto y claro; Jesús no tiene voluntad propia, ni juicio propio, ni personalidad propia, a pesar de que no ha existido hombre con más personalidad que Él. Pero su personalidad estaba supeditada a la voluntad del Padre, y en eso vivió y murió.

 

Ese fue su perfecto carácter. Y así, pudo decir: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió... (Juan 7:16). Jesús no se arroga absolutamente nada propio, aun siendo quien era. No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre. (Juan 5:30) Eso es obediencia, oír al Padre y obedecer sin más cuestionamiento. No como hacemos nosotros casi siempre. El humilde de verdad ignora que es humilde. Es humilde; así de simple.

 

Si dependemos de Dios de forma absoluta, podremos imitar a Jesús en su obediencia por la humildad. Solo que se puede comprender que ninguno de nosotros podemos depender de Dios con esa entrega, como Jesús lo hizo. Un duendecillo se entromete en nuestra forma de actuar, y así nos cuesta tanto debatirnos entre lo que es la imitación de Cristo y nuestros propios criterios de servicio. El enemigo no descansa.

 

Humildad completa; esa es la cuestión. Lo demás viene solo. Reencontrémonos a nosotros mismos en Cristo, su ejemplo, y su doctrina, y el éxito está asegurado. No habrá juicio sobre nosotros, porque nosotros mismos nos hemos juzgado. Sea Él nuestra alegría; sea Él nuestro gozo.